Juan Carlos Ibarra 2011/1/4 DEIA
Humo prohibido
Los exfumadores (...) llevamos colgado del cuello el sambenito de la radicalidad del converso. Tras los comentarios más agrios contra quienes mantienen el hábito del tabaco, suelen estar personas que en su día compartieron esa adicción y que, en muchas ocasiones, fueron a su vez objeto del desprecio de otros que, con anterioridad, habían abandonado tal práctica. Los ADN del ser humano y del camaleón deben ser primos hermanos, porque ambas especies tenemos la sana virtud de mimetizarnos con el terreno que en cada momento nos toca pisar. Los humanos, al menos, pasamos de la filia a la fobia, y viceversa, en menos que canta un gallo (otro primo hermano, ácido desoxirribonucleicamente hablando). El caso más extremo se produce en la dicotomía peatón-conductor. Por la mañana, un humano se pone al volante de su vehículo y puede adoptar actitudes incluso homicidas hacia un peatón que le haga perder una décima de segundo en un paso de cebra; una hora más tarde, con el vehículo ya aparcado, ese conductor convertido en peatón hará perder la paciencia a un congénere motorizado. Volviendo al tabaco, he visto estos días un brillo en los ojos de algunos exfumadores (los que menos tiempo llevan siéndolo son los peores), al ver expulsados del paraíso a los pecadores nicotinados. Y he dudado si el brillo era de satisfacción vengativa o de malsana envidia por el humo prohibido con el que aquellos iban a pecar.