Manuel M. Navarrete 2011/1/5. INSURGENTE
Sobre la muy española costumbre de festejar genocidios
Me gustaría proponer el 1 de septiembre como día de fiesta oficial en el Reino de España. Propongo ese día por ser la fecha en que se inició, en 1939, la invasión nazi de Polonia. ¿Que por qué lo hago? ¿No es evidente? Pues por coherencia, para mantener la línea marcada en el resto del calendario de fiestas.
En este país existe una extraña predilección por los genocidios, a la hora de escoger las fechas de cada fiesta oficial. Por ejemplo, el 2 de enero, todas las fuerzas parlamentarias granadinas (a excepción de Izquierda Unida) acaban de conmemorar la Toma de la ciudad en 1492.
También podría hablarse de la fiesta «nacional» española (espero que las comillas alcancen para paliar el evidente oxímoron), que como sabemos se festeja el 12 de octubre (ya saben, la fecha en la que las tres carabelas llegaron para sembrar América de calaveras, mientras robaban el oro y la plata... ¡eso sí que fue una auténtica fiesta!).
Así son los españoles. Ya saben: el esperpento, Valle-Inclán, ese rollo. Ahora al arzobispo de Granada (Francisco Javier Martínez) le ha dado por poner la conquista militar del territorio granadino como un ejemplo de «humanidad y amor» [sic], llegando incluso a situar el «pensamiento español» de la época como «el antecedente de los derechos humanos» [sic].
¡Pues claro que sí, hombre! Como seguidor de Monseñor Martínez, me gustaría proponer la sustitución del actual símbolo de las Naciones Unidas por el escudo de la Inquisición Española, martillo de herejes. Así como determinadas modificaciones en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que a los redactores (que cometieron el craso error de no basarse en el pensamiento español de los siglos XV y XVI) se les pasó por alto incluir «derechos» como cazar esclavos negros en África, esclavizar a la población indígena americana para que trabaje gratis en las minas que les has robado, etcétera.
(...) No hay nada de malo en armar un ejército, invadir un territorio extranjero, expulsar a una civilización que llevaba asentada allí siete siglos (es decir, más de lo que lleva asentada la de Monseñor en Granada...), prohibir su religión, su lengua y su cultura; asesinar a los que no se conformen, quemar a unos pocos en la hoguera, expulsar o someter al resto, etc. ¡Al revés!, es por su bien. Porque los pocos que sobrevivan podrán hablar una lengua superior, profesar una religión superior y vivir bajo una civilización superior. Esos son los derechos humanos según la Iglesia Católica y según el calendario de fiestas oficial español: el supremacismo. (...)