Entre las noticias de ámbito internacional de este comienzo de año destaca la celebración, a partir de hoy, del referéndum de independencia de Sudán del Sur, un país que cuesta ubicar en el mapa pero que se puede convertir en un nuevo Estado del planeta, el número 193 del mundo, con capital en Juba.

Sudán del Sur -y el propio Sudán- se nos aparece como una relidad extraña y lejana, pero en este perdido lugar de África han conseguido que un acuerdo de paz que ha puesto fin a años de enfrentamiento armado vaya a ser ratificado por la ciudadanía en referéndum, pese a las dificultades que supone realizar una votación de este tipo en un país en el que es difícil saber cuánta gente vive exactamente y en el que elaborar un censo o conseguir que los votantes se registren es tremendamente complicado. Toda una lección desde África hacia otras latitudes que se consideran más «avanzadas».

En este tipo de procesos, el riesgo está en lograr que el acceso a la independencia suponga una mejora en la calidad de vida de sus ciudadanos. El propio continente africano es un ejemplo de que las independencias respecto a las potencias coloniales fueron meramente formales y de que las antiguas metrópolis siguieron manejando el cotarro para continuar robando impunemente los recursos naturales para beneficio de unos pocos caciques locales y de unas contadas transnacionales.

En la crisis que se vive actualmente en Costa de Marfil, por ejemplo, se percibe la larga mano del Estado francés y el deseo de seguir controlando el país y sus riquezas desde París. Y eso que se independizó en 1960.