Vaya para empezar que «No controles» está a años luz de la anterior «Pagafantas», porque si la comedia perfecta no existe ahora sí se le acerca. A los modernos tal vez les guste más el desorden y el humor cruel de la ópera prima de Borja Cobeaga, pero objetivamente hay que reconocer que en este segundo largometraje la dinámica del género está, nunca mejor dicho, más controlada. Es un oportuno homenaje en toda regla al humor clásico de Blake Edwards, presente a través de títulos suyos como «El guateque» o «Cita a ciegas». Eso equivale a decir que también en la base de los gags que se integran en la trama sin fisuras hay mucho de la comicidad absurda de los Hermanos Marx, siempre volcada sobre situaciones aparentemente normales, que acaban no siéndolo a fuerza de disparatarlas. Y, por pura proximidad, no se puede negar la influencia directa del Álex de la Iglesia de los retratos satíricos en grupo («La comunidad»), o del que exhibe un master en cultura televisiva («Balada triste de trompeta»).

«No controles» es ese tipo de película en la que todo es importante, y en la que los detalles tienen tanta gracia como el conjunto. Hasta un simple cameo cobra una dimensión especial, y así la aparición puntual de Borja Pérez y Joseba Caballero, los protagonistas de la teleserie basauritarra «Qué vida más triste», entra dentro de un juego de divertidos guiños que conforman el extraordinario diseño del personaje estrella de la función, ese Juan Carlitos que aspira a monologuista desde la más pura ingenuidad. Tiene tanta necesidad de ser aceptado por los demás que comete el error, poco profesional, de explicar cada chiste que cuenta o cada broma que hace. Pero el genial Julián López cumple con humildad su función estratégica en el desarrollo de una accidentada comedia romántica al servicio de la química entre la pareja de cine que forman Unax Ugalde y Alexandra Jiménez, que vienen a confirmar la regla infalible de que donde reina el buen humor siempre acaba triunfando el amor.