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MANIFESTACIÓN EN BILBO

La mayor violencia política de Europa

Aunque trocear la solidaridad resulte absurdo, se puede hacer un ejercicio aritmético: cada preso sacó a la calle ayer a 87 personas. Madrid y París tienen otro motivo para plantearse si la dispersión les sale rentable.

Ramón SOLA

El juego político es un terreno abonado para las declaraciones más estúpidas. Aun así, siempre se encuentra alguien dispuesto a superar el listón. Al encargado de elaborar los argumentarios del PP se le ocurrió ayer un mensaje que sus representantes repitieron como papagayos: «Manifestarse por los presos de ETA es como manifestarse a favor de los maltratadores, de los violadores o de corruptores de menores». Si tuviera un mínimo de vergüenza, hoy debería que explicar en qué lugar del mundo ha visto una marea humana de 64.000 personas por un motivo así. La comparación es tan ridícula que acaba poniendo de relieve justo lo contrario. Los presos políticos vascos están en la cárcel, pero de ningún modo están solos, precisamente porque no son delincuentes comunes.

Hay una multitud con ellos. Una multitud que no es uniforme ni en edad (en las calles de Bilbo hubo desde cientos de bebés a miles de personas de avanzada edad), ni en estatus social, ni en ideología... Si el PP cree que todos fueron a apoyar las acciones por las que están en la cárcel, tiene un problema. Y si no lo cree, también lo tiene, porque eso significa que se echaron a la cárcel para reivindicar sólo que se cumplan sus derechos, y una vulneración que aglutina a tanta gente por fuerza debe ser muy poderosa.

Aunque trocear la solidaridad resulte absurdo, se puede hacer un ejercicio aritmético: 64.000 manifestantes entre 765 presos significa que cada represaliado sacó ayer a la calle a 87 personas. Son muchas más que la escasa docena que puede visitarles en celdas y locutores, muchas más que sus familiares directos, muchas más que su entorno cercano. Se trata de una multitud que se solidariza bien con su lucha, bien con sus derechos pisoteados o bien con las dos cosas. Con estas cuentas en la mano, Madrid y París tienen otro motivo para plantearse si la dispersión les sale rentable.

En toda Europa resulta imposible ver una movilización por los presos de la dimensión de la que ayer colapsó Bilbo. Simplemente, porque esa realidad cruel sólo existe en Euskal Herria. Una realidad que machaca a diario todos los estánderes aplicados en esta parte del mundo: en la que caben las cadenas perpetuas solapadas, el aislamiento a ultranza, el encierro de personas enfermas, las condenas políticas, la violencia de género en comisarías, prohibir a niños comunicarse con sus padres.... Es esto lo que saca a una multitud así a la calle: la mayor violencia de motivación política existente a día de hoy en este país, y probablemente en toda Europa.

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