Iñaki Urdanibia Doctor en Filosofía
La salud ante todo
Quizá habría que dedicar más medidas a quienes echan humos al por mayor por el debido cauce de majestuosas chimeneas, o a quienes hacen que algunos trabajadores hayan de manipular materiales que al cabo de no mucho tiempo se declaran como nocivos para la salud Habrá de solucionarse el paro creando cuerpos de inspectores, de policías de costumbres o de familias que entren a los hogares para ver qué desayuna el personal, y qué ejemplos dan los adultos a los menores
No es nada nuevo, sino que viene de lejos, la preocupación de los poderes para conseguir cuerpos sanos, dóciles y útiles por medio de diferentes técnicas de individualización/ serialización. El poder marca nuestros cuerpos en distintos lugares e instituciones: fábrica, escuela, cuartel, como espacios a dominar. Cada cual en su sitio, y la actividad controlada hasta en los más mínimos detalles, a un nivel micro, por medio de técnicas meticulosas de pedagogía, de reglas meticulosas de control que fabrican pequeñas individualidades funcionales y adaptadas a las necesidades de la producción. No siendo el lugar para extenderse en el tema, señalaré simplemente que los teorizadores del bipoder lo explican mejor y de manera más amplia y rigurosa.
En este orden de cosas, llama la atención la honda, y tenaz, preocupación de los gobiernos por cuidar de la salud de los ciudadanos que desde este principio de año van a rebosar salud, hasta morir de ella, de éxito en el terreno de las costumbres saludables. Al fin, decretan algunos y aplauden higienistas y otros, vamos a dejar los malos humos que ponían los pintxos de los bares incomestibles, los aires de las ciudades (en especial los cercanos a distintas puertas: hospitales, centros de enseñanza, parques...) van a inundar de puro oxígeno nuestros sanos pulmones, y... todos contentos.
Parece absolutamente justo que nadie tenga por qué tragar el humo que echan los demás, mas puestos a... quizá habría que dedicar más medidas a quienes echan humos al por mayor por el debido cauce de majestuosas chimeneas, o a quienes hacen que algunos trabajadores hayan de manipular materiales que al cabo de no mucho tiempo se declaran como nocivos para la salud; o todavía, a quienes organizan depósitos de desechos mil en zonas que posteriormente se recalifican como edificables y podríamos seguir con un larguísimo etcétera. En estos terrenos parece que la laxitud de los gobernantes es amplia, y la permisividad es la moneda corriente... no dedicándose monedas ni esfuerzo alguno por evitar las enfermedades por tales desmanes provocados en los ciudadanos al por mayor.
Puestos a preocuparse de la salud ciudadana, tampoco deberían dejarse de lado los males que provocan la penuria, la amenaza de despidos, el terror a quedarse sin trabajo, o a que te bajen o congelen el sueldo; nada digamos con respecto a los jubilados, a quienes además de limitarles sus ingresos, ven que pesa sobre ellos la amenaza de tener que colaborar en el pago de las necesarias medicinas, a edades en las que es cuando en principio parece más propio que hayan de usarse. En estos terrenos nombrados, parece que los gobiernos no ven ningún problema de salud, o falta de ella, y no toman medida alguna, sino que, al contrario, son ellos quienes con sus restrictivos comportamientos provocan en no pocos ciudadanos estrés, depresiones, angustias... Haciendo, ellos precisamente, que los ciudadanos debamos demostrar la paciencia y hayamos de recurrir a algunas sustancias para poder aguantar todo esto, y evi- tar lanzarse al cuelo de algu- no de los impresentables que en nuestro mundo son, lo que sería peor que el peor de los trujas.
Añadiré a estas líneas, escritas a vuelapluma, ciertas perplejidades relacionadas con la espartana ley antitabaco: que no se pueda fumar allí donde se puede comprar tabaco parece, cuando menos, contradictorio (en los bares, y nada digamos de los aeropuertos, en los que se pueden conseguir cartones y cartones a precios ventajosos); que en las puertas de una escuela, por ejemplo, no se pueda fumar, cuando los primeros en hacerlo serán los propios alumnos, no se entiende demasiado bien... dejaré de lado otras puertas y lugares que pueden convertir la vida de un fumador con mono en una aventura no solucionable ni con avanzado GPS.
Entre las incoherencias, capítulo aparte merecerían la pasta gansa que los gobiernos obtienen de la venta de ese veneno que, siguiendo una lógica estricta, debería estar absolutamente prohibido, como lo están los alimentos en los que se halla algún componente perjudicial para la salud (controles harto discutibles, por otra parte) que quedan desalojados del mercado de inmediato, o juguetes, chupetes u otros objetos en los que al detectarse alguna sustancia insalubre se retiran de las estanterías comerciales.
No continuaré por este caminito, ya que la delimitación de los hábitos saludables o no, amén de discutibles, es de suponer que no se han de imponer, como tampoco cabe obligar a nadie a ser feliz (¿cómo?)... o si no, habrá de solucionarse el paro creando cuerpos de inspectores, de policías de costumbres o de familias que entren a los hogares para ver qué desayuna el personal, y qué ejemplos dan los adultos a los menores cuando se zampan un bocata de chorizo cocido o morcillita con un lingotazo de jumilla, o a ver cuántas horas de tele -que, como cantaban los otros, «es muy nutritiva»- dejan ver a sus hijos, o... pero no sigo, no vaya ser que dé ideas a algunos que siempre están prestos a ordenarnos nuestras vidas, y hasta nuestras muertes... de muermo y aburrimiento, por no decir de mala hostia.