Escenario revolucionario en Túnez
El Gobierno de «unidad» hace aguas horas después de ser presentado
La presión popular y sus propias bases han forzado al sindicato único (UGTT) y a dos de las tres formaciones toleradas por el derrocado Ben Ali a distanciarse del intento del antiguo régimen de pilotar una transición controlada. Comunistas, otros grupos de izquierda laica e islamistas, todavía prohibidos, insisten en exigir un cambio político real.
GARA | TÚNEZ
Miles de tunecinos volvieron ayer a desafiar el estado de excepción y salieron a la calle para denunciar la composición del nuevo Gobierno de «unidad nacional» que, 24 horas después de ser anunciado oficialmente, ya ha registrado las primeras renuncias y deserciones.
El sindicato único tunecino, UGTT, anunció que no reconoce al nuevo Ejecutivo de transición y ordenó retirarse a sus tres representantes en el Gabinete. El titular de Formación y Empleo, Hussine Dimassi, anunció tanto su renuncia como la de sus dos compañeros de sindicato, Abdeljalil Bedui (ministro adjunto al primer ministro) y Anuar ben Guewddur (adjunto al ministro de Transportes).
Con medio millón de afiliados, el sindicato era uno de los principales sostenes del derrocado régimen. El levantamiento pilló a su cúpula a contrapelo pero los militantes de base se sumaron desde un primer momento a las protestas presionando a su dirección. La huida del derrocado presidente, Zine El-Abidine ben Ali, ha propiciado el giro de la UGTT.
En la misma línea, uno de los tres partidos tolerados por el régimen y al que se han reservado carteras en el Ejecutivo, Fórum Democrático para el Trabajo y las Libertades (FDTL), anunció la renuncia después de que su líder y virtual ministro de Sanidad, Mustapha ben Jaafar, se reuniera con el primer ministro.
Otro de los partidos legales, Ettajdid (ex comunista), amenazó con renunciar a los cargos si no lo hacen todos los ministros ligados al Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), del huido Ben Ali, y exigió la congelación de todos los bienes de esa formación y la disolución de todas las «células del partido» implantadas en las empresas del país.
Estas formaciones, calificadas de «oposición fantoche» por los manifestantes, están reaccionando forzadas por el descontento popular, que vigila cualquier marcha atrás en el proce- so revolucionario, tanto con la presión, reprimida ayer, en las calles de Túnez, Sfax, Sidi Bouzir, Reguev y Kasserine (éstas tres últimas bastiones de la llamada Revolución de Jazmín) como a través de Internet.
Los comunistas, en la calle
No ocurre lo mismo con el Partido Comunista de los Obreros de Túnez (PCOT), formación ilegalizada cuyo líder, Hamma Hammami, alertó del «pucherazo» y señaló que no presentará candidatura alguna a las presidenciales prometidas dentro de seis meses. El PCOT defiende, además, un régimen parlamentario, por lo que apela a formar una asamblea constituyente.
«Seguimos en la oposición y al lado del pueblo tunecino, que continúa su lucha», señaló.
Su compañera y abogada Radhia Nasraui, una de las figuras más destacadas, y represaliadas, por su defensa de los derechos humanos, coincidió en que «los tunecinos no han luchado todos estos años y salido a la calle estas semanas para permitir un Gobierno con ministerios cuya soberanía siga en manos de los hombres de Ben Ali».
Otro histórico opositor pero que huyó al exilio, Moncef Marzuki, volvió ayer a Túnez y abogó por crear un Gobierno de transición «con todos los partidos a excepción del RCD». Marzuki, que insistió en que «el poder está en la calle», es presidente del prohibido Congreso Para la República (CPR), de izquierda laica.
El mapa político se completa con el también clandestino movimiento islamista Ennahda (Renacimiento), cuyo líder, Rached Ghannouchi, anunció que no presentará candidatura a las presidenciales aunque tiene intención de participar en las elecciones legislativas.
El islamismo político tiene apoyo entre los sectores más pobres y rurales pero insiste en que defiende un programa democrático y de libertades, al estilo del gobernante AKP turco.
El presidente y el primer ministro de Túnez, Fuad Mebazaa y Mohamed Ghannuchi, respectivamente, abandonaron sus cargos en el RCD, el partido de Ben Ali, en un intento por «separar el Estado del partido», informó la televisión pública.
Dos hombres se inmolaron ayer en Alejandría y El Cairo y uno más en la región argelina de El-Oued, fronteriza con Túnez, para reclamar empleo y vivienda, lo que eleva a once los casos similares registrados en países árabes desde el lunes.
La Policía antidisturbios utilizó ayer munición real para dispersar en Sana'a a un millar de estudiantes que pedían un cambio democrático en el país y coreaban consignas de apoyo a la revuelta de Túnez e instaron a «los pueblos árabes a rebelarse contra sus líderes».
El Gobierno francés sacó ayer el ventilador para defenderse de las críticas recibidas por la diplomacia de París y, en especial, por la ministra de Relaciones Exteriores, Michèle Alliot-Marie, que propuso la pasada semana cooperar en materia de seguridad con el régimen de Ben Ali para hacer frente a las manifestaciones que finalmente provocaron su caída y en las que se habían producido ya decenas de muertos por la represión policial.
Toda la oposición situada más al centro y a la izquierda de la gobernante UMP, de Nicolas Sarkozy, criticaron el silencio del Ejecutivo durante la crisis tunecina.
Ayer, el líder de los socialistas en el Parlamento Europeo, Martin Schulz, anunció la expulsión de la Internacional Socialista del RCD (Reagrupamiento Constitucional Democrático) de Ben Ali, a la que pertenecía desde la década de los 70.
El ministro francés de Asuntos Europeos, Laurent Wauquiez, aprovechó el anuncio para censurar la tardía exclusión del RCD y responder así a las críticas por la reticente actitud de París a apoyar la bautizada como Revolución de Jazmín tunecina. Wauquiez dijo que el partido de Ben Ali ha sido durante mucho tiempo parte de la Internacional Socialista, donde sus representantes «siempre han sido muy bien recibidos especialmente por los socialistas franceses».
Sin embargo, olvidó que, aunque afiliado a esa organización, el RCD no tenía una relación exclusiva con ella, ya que en junio de 2009 también firmó un acuerdo de cooperación euro-mediterránea con el Partido Popular Europeo (PPE), que agrupa a todos los partidos de derecha europeos.
Instó a dejar de someter a un «falso juicio» a Alliot-Marie argumentando que para la gran mayoría de observadores la caída del régimen de Ben Ali era «impensable» y agregó que la propuesta de la ministra para ayudar al dictador tunecino en el mantenimiento del orden «no se refería a la cooperación inmediata en el marco de la crisis, sino a un trabajo para evitar el recurso a la violencia por parte de las fuerzas de seguridad tunecinas».
En una comparecencia ante la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea Nacional, Alliot-Marie se defendió ayer de las críticas utilizando esos mismos argumentos. «Francia, igual que otros países, no había previsto esos eventos», señaló. «Seamos honestos: todos nosotros, políticos, diplomáticos, investigadores y periodistas se quedaron sorprendidos por la Revolución de Jazmín», agregó.
De hecho, el Estado francés, ex potencia colonial, se mostró muy cauteloso en su reacción ante lo que estaba sucediendo y no fue hasta el sábado, un día después de la caída de Ben Ali, que el presidente Nicolas Sarkozy expresó el apoyo de París a los manifestantes tunecinos, después de negarse a acoger al dictador en su territorio.
La ministra indicó que ella se refería a trasladar la experiencia de las fuerzas de seguridad francesas, «reconocida mundialmente», en la resolución de situaciones de seguridad como las que se estaban dando en Túnez.
Desde el PS se tacharon de «increíbles» esas declaraciones que, a juicio de la líder de la oposición, Martine Aubry, tendrán como consecuencia la pérdida de credibilidad del Estado francés. La ex candidata presidencial del PS Ségolène Royal las calificó de «escandalosas» por constituir un «apoyo a una dictadura». El ex primer ministro del mismo partido Laurent Fabius consideró un «grave error» lo manifestado por Alliot-Marie, a quien acusó de «insensible».
Más explícitamente, los ecologistas exigieron la dimisión de la ministra, quien aseguró sentirse indignada por haber sido malinterpretada e insistió en que su prioridad era «poner fin a la represión violenta de las protestas y evitar un baño de sangre».
Incluso desde la derecha se expresaron reservas. Fue el caso del ex ministro Hervé Morin, del ex primer ministro Jacques Chirac o de Dominique de Villepin, quien estimó que «no habría que haberse dejado cegar por nuestro miedo al contagio islamista».
Expertos y políticos relativizaron el error, simple «torpeza» para algunos, de la diplomacia francesa, ya que desde François Mitterrand a Nicolas Sarkozy, el Estado francés siempre ha apoyado a Ben Ali, considerado un «baluarte» contra el islamismo. GARA
El líder opositor islamista sudanés, Hassan Al-Turabi, fue arrestado de madrugada acusado de tener vínculos con grupos rebeldes armados de Darfur. Su arresto se produjo después de que dijera que una revuelta como la de Túnez es «probable» en Sudán.