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Dabid LAZKANOITURBURU, Periodista

Alfombra roja para un viejo gigante bien desperezado

Ya lo advirtió Napoleón. El gigante estaba sólo dormido, anestesiado con el opio de Occidente. Era únicamente cuestión de tiempo que despertara.

China está volviendo a ser lo que fue. Un país, el tercero en extensión, que alimenta a uno de cada cinco habitantes del planeta y que tiene milenios de prolífica historia, que llevaba demasiado tiempo en el vertedero de la historia.

Sorprende, en este sentido, el recelo creciente ante el imparable ascenso chino. Un recelo que se acompaña de críticas que en boca de algunos son esperpénticas.

Que EEUU y Occidente acusen a Pekín de competencia desleal, de tretas monetarias para favorecer sus exportaciones 0 de estar desembarcando económicamente en continentes como el africano suena a chirigota. No digamos nada cuando los capitalistas europeos muestran su preocupación por las condiciones laborales de los trabajadores chinos.

Cierto es que las críticas no pierden su razón de ser por la naturaleza de quien las emite. China tiene infinidad de lados oscuros, y el de los derechos humanos y el nulo respeto a los derechos de las naciones sin Estado dentro de sus fronteras son sólo dos, y no de los menores.

De ahí a culpar a los chinos de todos los males va un trecho que sólo se puede recorrer por desconocimiento o mala fe, las dos caras de una misma moneda.

China es China, con sus errores y sus aciertos. Entre estos últimos destaca el de haber decidido despertar pese a las nanas de Occidente. Y ese es el mérito del PCCH, cuyo secretario general, Hu Jintao, ha sido agasajado en la Casa Blanca, engalanada para la ocasión con una gran alfombra. Roja, por supuesto.

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