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CRíTICA zarzuela

Un caserío con reformas

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Mikel CHAMIZO I

El Caserío» es una obra que bien merecía una nueva producción en condiciones, como esta que se estrenó el viernes en el Teatro Arriaga de Bilbo. Con escenografía y vestuarios de época (una pequeña aldea de Bizkaia a principios del siglo XX), realizados con cuidado, detalle y un agradable elección de colores, lo más destacable fue sin embargo el planteamiento escénico de Pablo Viar, que debutaba como director de escena con este montaje.

Hubo cosas muy buenas en la propuesta del bilbaíno, pero también algunos aspectos menos brillantes. Entre lo mejor, el ritmo casi cinematográfico y los numerosos guiños simbólicos, además de los riesgos que tomó con respecto al libreto, como el trasvase de la acción del segundo acto al escenario de un frontón, escena a cámara lenta incluída, o el ocasional tratamiento del coro como si de un coro griego se tratase. En el otro lado de la balanza, algunas escenas que deberían tener un intenso movimiento de actores, como el anuncio del casamiento del Tío Santi y la subsiguiente fiesta, se quedaron un poco descafeinadas.

Musicalmente el rendimiento fue algo más irregular. Mikeldi Atxalandabaso fue un José Miguel estupendo y la enorme voz de Ángel Ódena casó perfectamente con la mezcla de autoridad y ternura del personaje del Tío Santi. Pero la actuación de Marta Ubieta estuvo mejor en lo actoral que en lo vocal, acostumbrados como estamos, quizá, a Ana Maris más líricas y dulces. El rendimiento del Coro Rossini fue correcto, pero el de la Bilbao Philarmonia pudo haber sido mejor en muchos aspectos.

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