Maite SOROA | msoroa@gara.net
De la ira de Ezkerra no se libra ni Munilla
El látigo de abertzales Iñaki Ezkerra se ha engorilado del todo y ya no se libra de sus iras ni el mismísimo obispo Munilla. Para que vean cómo está la cosa.
Ayer en «El Correo Español», Ezkerra empezaba fuerte: «Llegó a la diócesis donostiarra con la aureola del rechazo nacionalista y, aunque ese hecho resultaba positivo -por no decir imprescindible- para una misión como la suya, uno prefirió guardar silencio por prudencia de gato escaldado». Y ¿por qué está escarmentado Ezkerra? Pues lo explicaba a continuación: «Escaldado por el ejemplo de Blázquez, que, después de aterrizar en Bilbao con una oposición semejante, acabó arrancando, a su marcha, las lágrimas de las emakumes de los batzokis. De `el tal Blázquez' pasó a `nuestro Blázquez', mérito dudoso viniendo de quienes no tenían el menor propósito de enmienda en sus filias y sus fobias».
El columnista advertía de un grave riesgo: «¿Representa Munilla un caso, un `proceso' similar? Hay indicios que apuntan en esa dirección, como las declaraciones que hizo el 9 de octubre en las que se ofrecía a hacer de `mediador entre ETA y el Gobierno en un hipotético proceso de paz'. O como su homilía del día de San Sebastián». Pues a mí la homilia esa no me gustó un pelo.
Pero Ezkerra desconfía de Munilla, no vaya a ser que se desvíe del nacionalismo español que hasta la fecha ha abrazado con unción: «En su homilía festiva, Munilla volvía a hacer suya la expresión `proceso de paz' e incurría en una desviación típica del nacionalismo: la de mezclar el ámbito público de la paz social con el privado de la guerra interna que puedan vivir en sus respectivas almas la víctima y el verdugo; la primera al ejercer o no un perdón que no debe tener traducción penal; el segundo al mostrar o no un arrepentimiento que es deseable para un pastor de la Iglesia pero del que, por suerte, no dependen la armonía civil ni el orden democrático. Ha costado mucho en Euskadi avanzar en el discurso de las libertades, marcar unos hitos en el desarrollo cívico y teórico de ese discurso para que, en un momento histórico en el que debe ser apuntalado, venga una vez más un obispo a deshacer lo hecho». No me digan que no es gracioso el tío.