Definitivamente, el 24 de enero no es el peor día del año. Ni siquiera cayendo en lunes y por mucha fórmula matemática que hayan ideado en la Universidad de Cardiff para demostrarlo. No, al menos, este año. Y siempre desde el punto de vista del Athletic que, de hecho, escogió ese día para pisar puestos europeos por primera vez en lo que va de temporada.

Los rojiblancos cumplen así con el primer objetivo que se habían marcado tras la honrosa, pero frustrante, eliminación copera: aprovechar un tramo del calendario aparentemente cómodo para asaltar esas posiciones que, en ocasiones sólo por cuestión de golaverage, se le habían resistido. Tres jornadas en positivo, con el empate en Málaga y las victorias ante Racing y Hércules, han permitido al equipo hollar el sexto puesto. Que, con 18 jornadas por delante, no asegura nada pero que, probablemente, será más beneficioso que el séptimo o el octavo para el estado de ánimo. Y que además permite que el Athletic visite el próximo domingo con ventaja a uno de sus principales rivales y, tras lo de ayer, más inmediato perseguidor.

Ese lo de ayer no es otra cosa que una cómoda victoria de los bilbainos. Con su mérito, por mucho que el resultado final coincida de pleno con los pronósticos, teniendo en cuenta los avales con los que llegaban a la cita los dos equipos. Pero, precisamente por eso, muchos se temían una de esas noches tontas en las que el rival más modosito es capaz de liar una monumental. Y pese a la superioridad absoluta del Athletic desde el pitido inicial, la sensación no acabó de desaparecer hasta la segunda parte. Bien porque a los rojiblancos les faltó la efectividad de otras ocasiones para llevar al marcador lo que fue un monólogo, bien porque el Hércules asustó de verdad en su única llegada al área, bien porque Undiano Mallenco se lució. Incluso más que de costumbre, no en vano para la media hora se había comido un penalti clarísimo, la expulsión de Cortés -pitó la falta que habría supuesto su segunda amarilla, pero la tarjeta se la encasquetó a un compañero- y la expulsión y media, como poco, de Fritzler. Un escenario de los que dan cierto repelús, en definitiva.

Por fortuna, esta vez fue sin razón. Porque lo que tenía que haber sido ya en el primer tiempo, acabó llegando tras el descanso. Y eso que los rojiblancos se lo curraron desde el pitido inicial. Y no es una manera de hablar: en tres minutos, el Athletic había rematado a puerta, forzado un córner y sido víctima de un penalti -que por supuesto no vio Undiano, pese a su perfecta colocación-. En cinco, ya había marcado su primer gol. De nuevo con un cabezazo de Javi Martínez, esta vez en saque de esquina y de frente a la portería.

Tan apocadito había saltado al césped el Hércules y tan mal le sentó el gol, que el Athletic no necesitó prolongar demasiado su habitual salida en tromba. Era infinitamente superior a su rival, más allá del ritmo y la intensidad. Quizá por eso las ocasiones, aunque siempre locales, no fueron tan claras como en otras ocasiones. Y seguro que por eso el doble remate de Nelson Valdez y Abel Aguilar a diez minutos del descanso, con mínima ventaja para el Athletic en el marcador, provocó algún subidón de azúcar.

También lo hizo la igualmente única oportunidad alicantina en toda la segunda parte. Como la anterior, llegaba con el 1-0 en el marcador, con Nelzon Valdez como protagonista y, por fortuna, con el balón fuera. Sirvió, además, para reanimar al Athletic que, quizá víctima de la lasitud visitante y de la superioridad propia, se había ido adormilando con el paso de los minutos.

Un par de intentos de Toquero -con cabezazo al larguero incluído- y ese susto de Valdez ejercieron de despertador. Y el gol de Fernando Llorente, al cuarto de hora de la reanudación, acabó con cualquier preocupación que pudiera quedar en el bando rojiblanco y con el más mínimo atisbo de esperanza en el blanquiazul, además de premiar el esfuerzo del delantero para estar sobre el césped tras el fuerte golpe que había recibido el pasado sábado.

De hecho, en cuanto Muniain anotó el tercero en jugada personal, Caparrós retiró a Llorente para ofrecer los primeros minutos de la temporada a Iñigo Díaz de Cerio. El partido, definitivamente, había acabado.