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Maite Ubiria Kazetaria

La sordera palaciega y la voz de la calle

En los lujosos salones de Davos, dirigentes nominales y gobernantes reales se estrechan las manos. En la tribuna ejercen su poder vigilado los primeros. Cómodamente sentados, los segundos les dejan disfrutar de su minuto de gloria, seguros como están de que digan lo que digan los actores políticos, los poderosos seguirán moviendo los hilos.

En la galería de las vanidades, buena parte de los responsables del desaguisado. Allí están los artífices de la especulación sobre los cereales, los diseñadores de reactores nucleares para nuestras costas y, por descontado, los paladines del comportamiento irresponsable de los bancos a los que los Sarkozy o Zapatero -con permiso de Merkel- premian con reformas del sistema de pensiones.

Primero nos vaciaron los bolsillos, luego los gobiernos salieron en su rescate con nuestro dinero y ahora, para ajustar cuentas, les obsequian con ampliaciones de la edad de jubilación a las que acompaña el mensaje subliminal de «corra usted, mientras le quede fuerza en las piernas, a compensar este saqueo con un plan privado»... de venta en entidades bancarias.

Las calles de Euskal Herria se han llenado esta semana de personas que no están dispuestas a refrendar, no al menos sin pestañear, este robo por la fuerza.

Han bajado persianas, apagado el ordenador, aparcado el camión, cerrado la cocina o colgado el buzo, dejando a un lado diferencias, porque, pese al discurso oficial, en este país sigue existiendo una clase trabajadora, sin duda sometida a cambios bruscos, vapuleada por la ola de privatizaciones, noqueada por el ritmo de las transformaciones, y, por supuesto, infiltrada de mensajes destinados a hacerle flaquear, cuando no a desistir, de la voluntad de luchar por un cambio en profundidad.

Sarkozy advierte frente a las tentaciones de someter a maniobras especulativas al euro. Y los figurantes que escuchan su discurso comparten risitas por la ocurrencia de ese pequeño mandatario que se les ha colado un ratito en el club.

En un panorama global de democracia cautiva, con sindicatos presos y listos para firmar cheques en blanco a gobernantes que han cedido su soberanía a opacas corporaciones mundiales, a mi el cuerpo me pide una ovación a quienes han osado alzar la voz en la calle para desconcierto de tanto cortesano.

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