Mertxe AIZPURUA Periodista
Todo cambia
Algunos lo sabían desde el principio de los tiempos. Lo dijo Heráclito, cuando se bañó en ese río irrepetible de la vida y lo cantó con extraordinaria maestría Mercedes Sosa. Todo cambia. Y a nadie le sorprende. Debe ser que la sabiduría de la experiencia no tiene el mismo valor que la científica, aunque una y otra lleguen a la misma conclusión. Se ha reunido la Royal Society de Londres y tras mediciones, cálculos y debates científicos nos ha dicho que tampoco el kilogramo de ahora es lo que fue. Que la referencia actual -un patrón de metal- ha perdido masa con el paso del tiempo. Poca cosa, la verdad, un gramito de arena, pero es el fin de la exactitud. Pasó antes con la medida del metro, que hubo de ajustarse a meridianos y a la velocidad de la luz para paliar la desviación sufrida, cosa que cualquier enano habría concluido tras leer el cuento de Pinocho y su cambiante nariz. Las historias reales demuestran también que un kilo no es lo mismo en los dos hemisferios terrestres. Que un kilo de arroz no es igual depende de dónde. Que aunque sea lo mismo son dos cosas distintas y que, por esos lances semióticos de las definiciones contrapuestas, pasa como con la riqueza y la pobreza, que éstas, aunque parezcan cosas distintas, son una sola. Todo cambia, sí. Desde el principio de los tiempos unos se apoderan a kilos de las riquezas de la Tierra hasta reventar todas las básculas. Eso no cambia. Pero luego empiezan a morir de flacos cuando se ven odiosamente gordos. Esa es la metamorfosis producida en la unidad del kilogramo, que viene a ser la misma que la producida en el peso de la historia. Lo que nunca ha sido es lo único que no cambia.