CRíTICA cine
«Miel»
Mikel INSAUSTI
Hay cineastas que te atrapan en su universo particular, que te obligan a interpretar el lenguaje que hablan, a intentar descifrar el contenido oculto de los símbolos que utilizan. Semih Kaplanoglu sabe muy bien lo que hace, ya que cada plano guarda un secreto, un misterio por descubrir. Es de los que no da ninguna información adicional, renunciando prácticamente a los diálogos y dejando que los silencios expresen más que las palabras. Tampoco hay música en sus películas, y en “Miel”, los sonidos de la naturaleza cobran un protagonismo inusitado. El pequeño Yusuf apenas habla, hasta el punto de que el espectador conoce su voz por las lecturas que realiza. El tintineo de un cascabel le rodea de una musicalidad identificativa cuando camina, como ocurría con el Kikujiro de Takeshi Kitano y su “campana de ángel”. Es un niño solitario y callado, que no interactúa con los otros niños, ni siquiera juega con ellos. Quien no haya visto las otras películas de la Trilogía de Yusuf o no disponga de datos sobre ellas, será incapaz de comprender porque es así.
Pero sucede que aquí “Huevo” y “Leche” se van a ver después, por lo que resulta más difícil saber de qué va “Miel”. Lo que nos está contando Kaplanoglu es la infancia de un poeta retratado en los dos títulos previos en su madurez y juventud. Y es así cómo se explica que Yusuf tenga una sensibilidad especial y parezca tan ensimismado a sus seis años. El nivel de significación se complica, sin embrago, al analizar las claves religiosas que envuelven al personaje. Yusuf identifica a su padre con el profeta, y su ausencia puede representar la perdida de valores tradicionales en la Turquía que se quiere europeizar y occidentalizar, evolucionando del integrismo musulmán al laicismo. La relación entre los primeros años de la vida y el medio rural forma parte de la misma ecuación, porque a medida que el país se desarrolla y moderniza, vuelve la espalda a su pasado espiritual en aras de un materialismo contrario a las leyes coránicas.