El discurso seguirá repitiéndose a diario en Lezama. Lo importante es ocupar plaza europea a final de temporada. Y es cierto. Pero no lo es menos que, aun con una vuelta casi completa por delante, hay ocasiones en las que resulta inevitable lanzar las campanas al vuelo.

Ésta es una de ellas. El Athletic necesitó veinte jornadas para pisar el sexto puesto y, sólo una después, no sólo lo mantiene, sino que aventaja en cinco puntos a sus más inmediatos perseguidores y, gracias al duelo directo entre Espanyol y Villarreal, incluso recorta distancias respecto a posiciones aún más privilegiadas. Pero es que, además, la situación responde a una progresión innegable: el cuadro bilbaino atraviesa su mejor racha de la temporada, con tres victorias consecutivas -a las que habría que añadir el empate previo de Málaga-. E incluso el que ya fue su lunar la campaña pasada, los desplazamientos, empieza a perder grosor, no en vano el equipo de Joaquín Caparrós ha enlazado la victoria del Ciudad de Valencia, el empate de La Rosaleda y este triunfo en el Vicente Calderón, entre los que también habría que incluir el empate copero en el Camp Nou.

Y por si fuera poco, el Athletic ha conseguido la última, por ahora, de esas muescas en una de esas citas que acostumbran a atragantársele. Fernando Llorente ya lamentaba hace algunos días que al equipo le abandona la fortuna -cuando no es el propio Athletic el que le hace un quiebro con una actuación descorazonadora- cuando tiene la posibilidad de protagonizar un salto de calidad. Una sensación que no es exclusiva del delantero. También Joaquín Caparrós recordaba el sábado que, hace apenas un año, se llegó al Calderón en circunstancias similares, con unos mirando arriba y otros en situación supuestamente crítica, y el equipo acabó cayendo derrotado. Tampoco es una circunstancia exclusiva del estadio colchonero. No hay más que echar un vistazo a historial y estadísticas para comprobar que el Athletic sufre de una acusada tendencia al vértigo.

Ha sufrido, habrá que decir gracias al poso optimista que ha dejado este último encuentro. Porque ayer no hubo problemas de vértigo para un equipo que saltó al césped del Calderón de cara y que supo ir amoldándose a las circunstancias del choque, sin perder en ningún momento de vista la posibilidad de volver con los tres puntos. Es decir, que no vivió a expensas del planteamiento de su anfitrión; que no se vino abajo cuando Fernando Llorente erró un penalti con el marcador a cero; que aguantó los empujones del Atlético en busca de la remontada; y que en lugar de hacerlo mimando su ventaja con avaricia, buscó más.

Tras una primera media hora de toma y daca, en la que ambas escuadras buscaban la portería, aunque las ocasiones no fueran especialmente claras en ninguna de las dos áreas, llegó la que debía haber sido jugada clave del choque. Sólo lo fue a medias porque Perea vio la roja por su penalti a Llorente, con lo que su equipo jugó más de cincuenta minutos en inferioridad, pero el delantero rojiblanco -que se llevó el balón pese al mosqueo de David López- no acertó con su lanzamiento.

Y se rozó la tragedia, porque Diego Forlán perdonó de inmediato una de esas acciones que nunca perdona, sobre todo en área del Athletic. Pero se acabó encarrilando el triunfo porque, con el 45 recién cumplido, Toquero ponía fin a una sequía de ocho meses, al aprovechar el desajuste de la zaga rival para rematar sin oposición una asistencia de Iraola.

Un gol psicológico, que no evitó cierto sufrimiento en la reanudación. El Atlético fue fiel a su tradición de equipo tremendista y apretó, sin preocuparse por dejar su zaga desguarnecida. Lo normal es que los bilbainos hubieran aprovechado la circunstancia para intentar apuntillar a la contra, pero lo cierto es que hubo que esperar unos cuantos minutos para que se asomasen siquiera al área.

Caparrós tomó cartas en el asunto, apostó por el poso de Pablo Orbaiz -y posteriormente de Iturraspe- en el centro del campo y acertó. Los colchoneros se diluyeron y el Athletic sentenció, de nuevo con un centro de Iraola que Toquero transformó en el 0-2 de la definitiva tranquilidad.