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«Cowboy de medianoche»

Iratxe FRESNEDA Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Tengo un amigo al que agradezco enormemente su amor hacia el cine. Su cinefilia le llevaba a grabar los diálogos de magníficas películas que, junto a sus bandas sonoras, me acompañaban en mis largos viajes en tren y autobús. En aquellos días, aún funcionábamos con casetes y todavía no estaba mal visto llevar a cabo estas prácticas que ahora se tildarían de ilegales o de piratas. Lo cierto es que el efecto de tal afición era más bien beneficioso para los autores. No resultaba difícil apasionarse con algunos de los maravillosos diálogos grabados con los sonidos de las películas. Así que terminabas comprando el guión, el CD de la banda sonora, la película...

Entre esos casetes, que aún conservo, hay uno dedicado a «Cowboy de medianoche». Sólo lo escuchaba en ocasiones especiales. Era de los más «duros», de esos que sólo pueden ser oídos cuando una está con el ánimo en alza y con la mente bien centrada, de lo contrario puede resultar algo deprimente. Precisamente, la muerte de John Barry me ha hecho recordar esa película; me ha traído viejos recuerdos. He vuelto a rememorar los sonidos e imágenes de un Nueva York poco amable. John Barry y John Schlesinger (el director de la cinta) consiguieron realizar una de las películas más interesantes y desgarradoras de su tiempo a la hora de desmitificar el sueño americano.

La historia comienza hablándonos de un tejano, interpretado por John Voight, que se gana la vida fregando platos. Un buen día decide emigrar a Nueva York en busca de una vida mejor, persiguiendo el sueño de convertirse en gigoló de mujeres ricas. La calle 42, un Nueva York siniestro y carente de glamour, se despliega ante los ojos del falso cowboy, y un tullido Dustin Hoffman se cruza en su camino. El largometraje nos introduce en las andanzas de estos dos desheredados que luchan por sobrevivir en una urbe hostil y carente de compasión, mientras la cámara de Schelinger retrata sus pasos como pocos han sabido hacerlo antes. Y John Barry acompaña con su música a algunas de las secuencias más increíbles de la historia del cine, sumiéndonos en el universo desgraciado de dos seres poco afortunados en busca de su Valhalla. Creo que, sin la aportación de John Barry, quizá no estaríamos hablando de esta película. En ésta, como en el resto de sus composiciones, «Memorias de África», «Nacida libre», «Bailando con lobos»... dejó su impronta, hizo de todas ellas lo que son, les regaló su saber hacer elegante, emotivo y cautivador.

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