Alberto Gartzia Garmendia Periodista
Obispo, hombre, por dios...
Por dios, señor obispo... Precisamente en eso consiste el fundamentalismo. En creer que el fundamentalista sólo puede ser el prójimo. Siempre el otro. El musulmán o el ateo. El negro o el amarillo. Los rojos y los separatistas. Los gays y las lesbianas. El del Athletic...
«Si de entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú, en un fanático».
Ryszard Kapuscinski
Por sus obras (y sus escritos) los conoceréis. Y después de un año de legislatura, supongo que cada cuál tendrá su propia y legítima opinión sobre quién es y a quién sirve el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla: si a Dios o a Rouco.
Como agnóstico declarado, me cuidaré muy mucho de abordar cuestiones teológicas o pastorales que, gracias a Dios, se escapan a mi entendimiento y jurisdicción.
Pero como insignificante ser humano que soy, creo que debo alzar mi voz ante el venenoso artículo firmado recientemente por el máximo representante de la Iglesia católica en Gipuzkoa bajo el sugerente título de «De dioses y hombres», en referencia a la soberbia película de Xabier Beauvois.
En efecto, Munilla aprovecha el despiadadamente bello canto a la convivencia entre civilizaciones y culturas que entona el film, para arrimar el ascua a su sacristía. Lo cual no estaría mal, si no fuera por el hecho de que, para ello, no sólo rebasa su ámbito competencial al arremeter contra quienes no comulgamos con sus obleas, sino que manipula sin rubor hasta desvirtuar el propio mensaje de la película. Olvidando, por lo visto y paradójicamente, un buen puñado de mandamientos; entre ellos y de manera más evidente, el que obliga a no incurrir en falso testimonio o mentira.
Veamos. Un grupo de monjes se niega a abandonar el monasterio cisterciense que habita en el Atlas magrebí, a pesar del cada vez más palpable acoso de los integristas islámicos... y del gobierno corrupto que para combatirlos recurre a medios ilegítimos, cuestión esta última que -¡vaya por dios!- ni se menciona en el artículo del pastor guipuzcoano. Durante dos horas vemos la feroz lucha que cada uno de estos religiosos libra en su interior: quedarse venciendo el miedo a una muerte segura o huir renunciando al dictado de su conciencia.
A diferencia de Munilla, y aunque se trate de una historia real, no les desvelaré el desenlace. Es mejor que vean la peli y saquen sus propias conclusiones. Éticas y estéticas. Sí trataré, como digo, de desnudar las grandes mentiras del obispo.
En primer lugar, es una falacia como una catedral contraponer películas como la que nos ocupa y que, Munilla dixit, «tienen el acierto de trasladar a la pantalla testimonios reales y concretos», a «la abundancia de leyendas negras difundidas en la filmografía sobre la vida e historia de la Iglesia». Le guste o no a monseñor, tanta verdad hay en «De dioses y hombres» como en el «Camino» de Javier Fesser. Tan auténtica es la historia que cuenta el realizador francés como las inspiradas en el papel de la Iglesia durante el holocausto judío o la dictadura franquista. O en el silencio cómplice que ha mantenido ante miles de abusos de menores cometidos bajo su manto, a lo largo y ancho del mundo y de la Historia. O en la Santa Inquisición. O en su secular misoginia. O en su feroz homofobia...
Basta ya de sermones maniqueos. Nadie tiene el monopolio de la maldad. Pero tampoco el copyright de la bondad. O viceversa, si se prefiere.
Segundo engaño. Sostiene Munilla, escudándose en un tal Mássimo Introvigne, de profesión sociólogo, que «el fundamentalismo islámico y el laicismo son dos caras de la misma moneda». Y por si cabía alguna duda, arroja luz a nuestras tinieblas al sentenciar, esta vez de su propia cosecha, que «el verdadero choque de trenes se produce en el encuentro del laicismo, por un lado, y el fundamentalismo, por el otro, que se retroalimentan hasta el exterminio».
Hombre, por dios, señor obispo... Precisamente en eso consiste el fundamentalismo. En creer que el fundamentalista sólo puede ser el prójimo. Siempre el otro. El musulmán o el ateo. El negro o el amarillo. Los rojos y los separatistas. Los gays y las lesbianas. El del Athletic...
Eso, y no otra cosa, es el fundamentalismo. Una bestia con mil rostros que anida en cualquier lugar. A veces, incluso, mucho más cerca de lo que se imagina. Pregúntele, si no, a Pagola.