Mubarak no renuncia e incendia la furia popular
Una expectación eufórica que antecede a los momentos decisivos, a los grandes eventos que cambian la historia, recorría la multitud que ocupaba la plaza Tahrir de El Cairo. La «revolución de invierno» egipcia parecía que llegaba a un punto de no retorno, al acontecimiento crucial que pocos hubieran imaginado semanas atrás: la gran montaña se iba a derrumbar y Mubarak renunciaría al cargo. En un movimiento que presagiaba el cambio y un nuevo rol del Ejército egipcio, uno de sus comandantes, Hassan al-Roueini, acudió personalmente a hablar al pueblo congregado en la emblemática plaza de la liberación y les aseguró que todas sus demandas serían atendidas. Sin embargo, el discurso de Mubarak no trajo la esperada y ansiada noticia. Mubarak se negó a renunciar y se aferra al poder. Seguirá con su calendario hasta las elecciones de septiembre y delegará poderes en Suleiman. La jornada de ayer dejó muchas preguntas en el aire. Y sólo una respuesta clara: el incremento de la furia popular está asegurado.
El paso adelante dado por el Ejército y su proyección como «salvador de la nación», ¿se trata de un golpe de Estado? ¿Pasará el futuro de Egipto por un gobierno militar? O, como anticipó el jefe de la CIA, Leon Panetta, ¿delegará Mubarak el poder en el vicepresidente y máximo supervisor de la tortura del aparato de seguridad, Suleiman? El discurso de Mubarak no dilucidó todas las preguntas, y abre un escenario de turbulencia e incertidumbre en torno a los acontecimientos que puedan sucederse en los próximos días.
La renuncia de Mubarak hubiera dado una señal simple y definitiva, y la principal demanda del pueblo hubiera sido atendida, quitando el obstáculo vital del camino a la libertad. Pero tras el discurso, el espectro de un dilema entre el cambio o los ajustes del régimen sigue sin dilucidarse. Los poderes occidentales han apostado por la estabilidad y la continuidad, por una política de «pequeño paso, mejor paso», es decir, aun quitando al rey salvar su corona y su legado. Pero el pueblo egipcio comprometido con el cambio y la libertad no parece dispuesto a renunciar. Su justa causa merece todo el apoyo.