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«Yo no sé andar sin una vara en la mano»

Son el apoyo del caminante. Son la prolongación del baserritarra que guía los bueyes, del pastor que ordena a su perro. La feria de San Blas de Laudio ha celebrado su tradicional concurso de varas de avellano. Un humilde palo que imprime categoría a quien lo porta.

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Joseba VIVANCO

Yo sin vara en la mano no sé andar», se confiesa Marcos Aspizua. Este vecino de Urduña, de 50 años, que compagina su profesión de camionero con la del baserri, con las mejores pottokas vascas, fue el ganador a la mejor colección de palos de avellano del reciente concurso de la feria de San Blas de Laudio. Eso sí, el premio al mejor ejemplar recayó en un joven pastor de 37 años, Fidel Alonso. «Este palo lo corté después de San Blas del año pasado, un día que fuimos a buscar unas cabras al monte, en un barranco, en cuanto lo vimos ya sabíamos que era especial. Llevo quince años buscando palos en el monte y como este palo no hemos encontrado, porque al final todos tienen algún pero, pero éste es perfecto...», detalla este vecino de Areta.

Considerado el árbol de la sabiduría, las varas de avellano han servido y sirven para varear o para sostener alubias y tomateras, para trenzar cercados o cestos, pero sobre todo como apoyo del caminante; y si no que se lo digan a los más de 25.000 peregrinos que camino de Santiago cruzan por Azketa, a siete kilómetros de Lizarra, donde desde hace años son obsequiados con uno de estos báculos por Pablo Sanz Zudaire, más conocido por ``Pablito el de las varas''.

Pero si por algo se distinguen los palos de este árbol habituado a convivir con la niebla y los arroyos es por ser el pilar de pastores y baserritarras. Al igual que en Laudio, también en Urduña o en la feria de La Arboleda se suelen celebrar certámenes para premiar a las varas más logradas. Este año, en la localidad laudioarra compitieron 19 participantes. Pero sólo dos se llevaron premio.

Como ir a buscar setas

Fidel Alonso ya se impuso en 2007. ¿El secreto de una buena vara? «Pues que no sea muy cónica, cuanto mejor pintada esté mejor, -dentro del avellano pinto los hay blancos, amarillos...-, un grosor considerable, que no sea un palillo...», resume. Eso y cortarla en la luna menguante de invierno. «Si no se te apolilla, se descascarilla, no aguanta tanto», asiente el otro triunfador del concurso, Marcos Aspizua. Para éste veterano experto, el palo ideal tiene que cumplir unos requisitos. «Que tenga buena vista, vamos, que esté bien pintado, que tenga buenas pintas; que sea nacedero de raíz, porque si es de una rama, le vas a dar una palo a una oveja y se te casca y no vale para nada; que sea un poco más gordo de abajo que de arriba, ni excesivamente gordo ni excesivamente flaco; y que no tenga nudos, que tenga brillo». Y añade: «Dicen que no es nada, pero es mucho lo que pides a un buen palo».

Fidel tuvo suerte y dio sin quererlo con esa vara ideal. Marcos reconoce que encontrar buenos ejemplares «es más difícil que ir a buscar setas». Sobre todo si eres exigente. «Yo voy una mañana entera y corto dos o tres varas, porque tienes que ver la que vale y no es fácil. Que si está comida por un corzo, que si está torcida, muchas cosas», dice.

¿Y la altura ideal? La mayoría coincide en que debe llegar «a la altura del sobaco», como apunta Fidel. Marcos, en cambio, prefiere un palo más corto, sobre todo para caminar por las laderas de Orduña. «Un pastor yeguero necesitará un palo más largo para evitar las coces, un pastor de ovejas uno más corto. Tiene su mundillo», dice. Pero el tamaño ideal, sobre 1,60 metros.

Su afición por las varas de avellano le viene de su amistad con muchos pastores. Ellos le metieron el gusanillo. «Es que el pastor que lleva un buen palo parece que tiene más clase, lo mismo que tener un buen perro. Da categoría ¿sabes?», opina. Coincide con él Fidel Alonso. «No es lo mismo ver a un montañero con una vara bonita que con el mango de una escoba. Si vas, sobre todo, a las ferias de Bizkaia y Gipuzkoa o Navarra, la gente mayor suele ir siempre con su vara. Es un lujo llevar una vara buena, ir bien vestido y con una vara cojonuda. Es un acople más de la persona», explica.

El baserri y el pastoreo son el último reducto de la vara, toda vez que en la montaña este ancestral apoyo ha sido arrinconado por los modernos bastones. Pero para quienes utilizan estos cayados su valor no tiene precio. Fidel no vende el suyo `campeón'. A Marcos una vez, en el monte, le llegaron a ofrecer 25.000 pesetas por el palo que portaba. «Venía fardando de dinero y le dije que no, y unos días después se lo regalé a un hombre mayor que me pidió una». Categoría y humildad. Como una buena vara.

 

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