Cada vez se ganan más batalLas contra el cáncer
Ésta es la historia de muchas personas. Donde cáncer y ganas de vivir se enfrentan a diario. Hoy es el Día del Niño con Cáncer y Asier, un adolescente santurtziarra «al que le tocó», ve, un año después, la luz al final del túnel. Él dijo que iba a salir, y saldrá.Joseba VIVANCO
Cuando te ocurre te preguntas `por qué a nosotros, si el niño no ha hecho daño a nadie, si nosotros no nos metemos con nadie...'. Pero cuando ingresas en el hospital para empezar el tratamiento, ves a los demás y te preguntas por qué a ellos. Te das cuenta de que te ha tocado... y te ha tocado», reflexiona Marije Fernández, sentada en la cocina de su casa en Santurzi con las enormes grúas del puerto asomando casi por la ventana y, más al fondo, la familiar silueta de Punta Galea. Un paisaje que, durante un año que más pareció un siglo, sustituyó sin quererlo ni esperarlo por la simbólica sexta planta del hospital de Cruces, la misma que acoge la unidad de Oncología infantil.
La de su familia es otra más de las historias de superación que nos recuerdan una fecha como la de hoy, Día Internacional del Niño con Cáncer. Es la historia de Marije, de su compañero Nino y, sobre todo, de otro de esos jóvenes héroes anónimos para la estadística, con nombre para su familia y amigos, Asier. Una pesadilla que les despertó de su vida anterior hace poco más de un año, que por fin hoy les deja conciliar el sueño y de la que, como muchos de los que conviven con esta experiencia, han salido ganando, mucho o poco, aunque se hayan dejado cosas en ese incierto camino.
Asier comenzó con dolores en su hombro izquierdo. «`Me tira, me tira', decía él. Igual era un tirón de la natación», recuerda hoy su madre. «Al de quince días, me dice `fíjate qué tengo aquí'. Un bulto como una mandarina en la parte posterior del hombro». Fue el prólogo de un diagnóstico llamado sarcoma de Ewing, un tumor maligno de las partes blandas que se le ubicó en el músculo interno de la escápula. No había transcurrido una semana desde aquel hinchazón y ya había ingresado en Cruces. «Y empezamos a vivir otro mundo», asiente Nino.
Tras las dudas, los apoyos
«Al oír la palabra sarcoma, lo primero fue pensar que perdíamos a nuestro hijo», reconoce el padre. Se trataba de un tumor maligno. «Lo segundo que preguntas es si se cura», apuntala la madre aquellos primeros miedos. ¿Y qué dijo él, Asier, a sus 16 años?: «Que si se podía curar, adelante con todo lo que tuviera que pasar». Aún recuerda sus palabras, mientras escucha atentamente la conversación y sin dejar de sonreír. Y empezó la dura quimioterapia, 27 horas durante tres días cada tres semanas, la operación en mayo y así hasta el último control en las pasadas Navidades. «Podríamos decir que está curado, pero no sabemos qué pasará el próximo control, en Semana Santa. ¡Dos meses sin tener que ir al hospital!». No se lo cree Marije, que reconoce sentir «una nostalgia difícil de explicar». Es más, «cuando pasamos por Cruces subimos a preguntar por `las chicas' -el personal de Oncología- y por los niños que ingresaron con Asier».
Tanto ella como su marido comentan que «dentro de la dureza de la experiencia, de que me gustaría borrarlo de mi mente, no lo haría por lo que hemos ganado en valores». Hoy ven la vida de otra manera y su escala de valores ha cambiado. «Si la rueda del coche se me pincha, ni me cabreo», interrumpe Nino a modo de ejemplo. «Ahora nos preocupamos del presente», asienten. Valores y amistades. «Allí haces vínculos que, creo, no se rompen jamás», resalta Marije.
La soledad del sobresalto inicial es temporal. La planta de Oncología infantil es como una gran familia. Desde la jefa del servicio, la doctora Aurora Navajas, hasta la última encargada de la limpieza. «Tienes la suerte de conocer a personas que te ayudan, te animan, te empujan hacia arriba... y luego tú haces lo mismo con otras familias», destaca. Como el dicharachero y chistoso Xabier, otro de esos héroes que ya llevaba cinco meses resistiéndose a la enfermedad cuando Asier ingresó. «Ellos fueron un apoyo vital para nosotros», les recuerdan. Xabier perdió la injusta guerra hace apenas unas semanas, a los cuatro años de edad, pero jamás dejó de plantarle cara a cada batalla.
Te ha tocado y te ha tocado, como diría Marije. Así es el cáncer. «Y, sin embargo, te das cuenta de que, con todo lo que llevamos encima, aparentemente somos felices, metidos en nuestro mundo, pero felices», insiste en su mensaje. Así es el cáncer. Una enfermedad que nos pone a prueba. Que se cobra víctimas, y no sólo entre quienes lo sufren en sus carnes. La vida familiar se trastoca por completo, para bien o para mal. O une o separa. Afecta a la relación familiar, laboral, social... Pero también nos sorprende revelando toda la fortaleza del ser humano. «Uno no sabe cómo reaccionaría si le toca a él, pero en el caso de Asier ha sido de cha- peau, porque desde el principio ha tenido claro que iba a salir adelante y ha tirado de nosotros», no se cansa de repetir Nino, mientras no escatima un ápice de emoción cuando dirige su mirada a Asier.
«Yo me preguntaba qué pasaría conmigo, qué cambios iba a tener», rememora el joven, que reconoce que lo más duro fue no poder salir a la calle y que se ríe cuando se acuerda de que antes no quería que las vacaciones escolares se acabaran y luego soñaba con volver con sus compañeros de aula, lo que hizo este enero. Le da miedo aún volver a hacer unos largos en la piscina, se fatiga al regresar a pie del instituto, le apasiona el ordenador y, sobre todo, quiere recuperar con sus amistades el año perdido. El día de su 17 cumpleaños, en julio, lo celebró con una comida con sus amigos en el monte; casi al día siguiente ingresó con fiebre. Pero aquello quedó atrás. Al menos, está convencido de ello. «Él, en ningún momento se planteó que no iba a salir de ésta», subraya Nino.
Del cáncer se sale. Y cada vez se sale más. La actitud del enfermo tiene mucho que ver en ello. «Todo el tiempo que estén bien es tiempo ganado al tumor», insiste Marije. Su hijo Asier lo ha hecho. «Dijo que se iba a curar y se va a curar». Ese medio centenar de puntos en su espalda que le dejó la operación será sólo el recuerdo de que una vez le ganó la batalla al cáncer.