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Raimundo Fitero

Blanco y negro

La gala fue blanca; el pan, negro. Los Goya llegaban con morbo, con expectativas y solamente hubo una sorpresa, Jimmy Jump, ese personaje con barretina que forma parte de una concepción del espectáculo, la fama, la rebeldía en tirabuzón. Por las razones que sean, Buenafuente estuvo muy por debajo de sus posibilidades, de sus cualidades, de sus capacidades. Se mantuvo tan blanco, tan poco incisivo, que pasó desapercibido. Su bajada del cielo de blanco y su vuelta, de blanco, resumen la intención de la gala: no se quería remover ninguna agua fecal, de las muchas que podían estar pasando por debajo de los asientos. O dicho de otra manera, intentaron ponerse en positivo, en vindicar el cine, sin más.

Lo que sucede es que existen problemas, hubo protestas y abucheos en la entrada de autoridades y artistas, que TVE obvió, escondió, denegó su presencia aunque fuera minúsculo; los discursos fueron todos personales, sin ningún interés, la ministra, como siempre, con su cara de abstraída, como si nada fuera con ella y probablemente esa sea una postura bastante ajustada a su circunstancia. Lo que se debe entender son los dos planos, los internos, las peleas, las familias, las candidaturas y las votaciones y el otro, lo externo, la gala, lo que ofrecían a sus probables clientes. Y en este último plano, todo fue muy mejorable. Muy plano. Pero tampoco excesivamente reprochable. Es una gala, y no da para mucho más.

Otra cosa es analizar las votaciones, los resultados, los premios. Por ejemplo, premiar a Javier Bardem es la única manera que tienen los Goya de aparecer en la prensa extranjera. Eso está claro. Pero el resto de premios, tienen muchos análisis. Lo más fácil: los catalanes han votado a «Pa negre». Vale. Puede ser. Los vascos, a los vascos. ¿O no? Quizás el conflicto público vivido, con el protagonismo de la ministra, del presidente de la Academia, Álex De la Iglesia, la irrupción de Iciar Bollaín como favorable a la ley Sinde haya tenido alguna incidencia. Puede ser. O también que se ha producido el denominado síndrome Goncourt, que cuando hay dos favoritas, muy claros, que forman dos bandos, gana siempre un tercero. Como sea, el cine debe seguir buscando su conexión con los públicos.

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