Belén MARTÍNEZ Analista social
«José Carlos, Frotteur»
En el mundo discursivo que habito, diseñado por y para hombres, el frotteurismo es «una enfermedad», «un trastorno sexual» que impulsa a restregarse contra las personas contra su voluntad. Gracias a la ley y al manual de psiquiatría, una práctica sexual valorada como parafílica puede considerarse atenuante o eximente de responsabilidad penal. Así las cosas, José Carlos C.C., que durante 18 años, por adicción, acosó y agredió a las mujeres que acudían a la playa, se ha librado de una condena de 80 años de cárcel. ¿Llegará a cumplir el máximo de 9?
La sentencia no es un tributo al ingenio del personaje de «El loro de Flaubert», de Julian Barnes, que en su tarjeta de visita se presenta como «Humbert, Frotteur». Para Barnes, el frotteur es «literalmente, un encerador de suelos; pero, también, un perverso sexual al que le gusta el roce de las multitudes». Aquí no existe ambigüedad calculada. En cambio, el término y el concepto escogidos por las instancias médico-legales para calificar tanto al acto como al actor reflejan la interpretación y representación que ambas instituciones hacen de la libre determinación de las mujeres en su faceta erótica.
Ante una cuestión de supremacía sexual con marca de género y ajena a la socialización de los impulsos, el lobby masculinista se seguirá expresando desde sus púlpitos, tribunas y escaños. Aunque todavía hay una esperanza para quienes reivindicamos que otro frottage liberador es posible. Barthes lo expresa así: «El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo».