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La universidad sigue siendo cosa de hombres... ¿por qué?

«Universidad: ¿Avanzamos hacia la igualdad entre hombres y mujeres?». A este interrogante trata de dar respuesta este mes en la UPV-EHU un panel de conferenciantes que han coincidido en que la desigualdad persiste, no tiene visos de desaparecer y el sistema universitario sigue bajo un sibilino control masculino.

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Joseba VIVANCO

Cuando Rosalyn Yallow recibió el Premio Nobel de Medicina, se dirigió a la mitad de la Humanidad que como ella son mujeres para recordarles algo tan sencillo como esto: «Tenemos que creer en nosotras mismas o nadie más lo hará». Esta frase la recordaba hace unos días Catalina Lara, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Sevilla, en su conferencia enmarcada dentro del ciclo ``Universidad: ¿Avanzamos hacia la igualdad entre hombres y mujeres?'. Este ciclo se viene desarrollando durante este mes en el campus de Leioa de la UPV-EHU y culminará el próximo miércoles con una mesa redonda.

«Tenemos las mejores leyes de igualdad del mundo, pero se incumplen sistemáticamente», sintetizaba el pasado 8 de marzo Jasone Astola, directora de Igualdad de esta universidad vasca. Una realidad universitaria que, por muchos avances y mucha incorporación de la mujer al mundo académico, sigue topándose con un techo de cristal demasiado grueso y opaco. Y lo que es peor, deliberada o inconscientemente sigue manejada por ellos, por los hombres.

La realidad de lo que hoy sigue pasando en el mundo universitario, no sólo vasco, sino en el conjunto de Europa, la refleja la llamada «gráfica en tijera». «Son mujeres el 60% de las personas que realizan y terminan estudios universitarios, y el 50% de las que obtienen el doctorado; sin embargo, la participación de las mujeres en la actividad investigadora y docente dista mucho de ser igualitaria con la de los varones; es decir, decrece notablemente en las escalas profesionales altas», visualizaba Lara, que es también vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas.

La «gráfica en tijera» dibuja que cada vez más mujeres que hombres acceden a la universidad, pero esa línea inicial va decreciendo a medida que se accede a puestos superiores dentro de este ámbito, sea profesorado, sean catedráticos. Los datos oficiales del Ministerio español de Educación referidos al curso 2008-09 mostraban que sólo había un 37,3 % de profesoras titulares y aún mucho menos, un 15,3%, de catedráticas en las universidades públicas.

La propia Lara concluyó que estamos ante «un dato preocupante, sobre todo si vemos la velocidad de avance: tres cursos antes, el porcentaje de catedráticas era el 14%. Si en 3 años avanzamos 1 punto, para llegar al 50% serán necesarios más de 100 años».

Una tradición que pesa mucho

Para analizar lo que está sucediendo no hay que olvidar que las mujeres tuvieron expresamente prohibido el acceso a muchas universidades en Europa hasta finales del siglo XIX o principios del XX. Y no tan lejos, como recordó otro de los ponentes, José María Etxabe, profesor de Didáctica de las Matemáticas y de las Ciencias Experimentales en la Escuela de Magisterio de Donostia, en los años sesenta del siglo pasado surgió el «paradigma de la debilidad»: suponer que las actitudes y capacidades de los chicos son las necesarias y correctas para la Ciencia y la Tecnología, y, por contra, descubrir las «carencias» de las chicas para estas mismas materias.

Esta pesada losa cultural se ha visto cimentada, a su vez, por el hecho de que, como denunciaba la catedrática Catalina Lara, «generaciones de jóvenes interesadas en la ciencia hemos carecido y siguen careciendo de modelos femeninos de éxito. El estereotipo de científico es un hombre. Sólo se ha mostrado a la que no podía borrarse: María Curie, única persona que ha recibido dos premios Nobel en Ciencias, los de Física y Química».

El propio Etxabe lo constataba al afirmar que sus estudiantes «piensan que la ciencia es poseedora de verdades absolutas descubiertas por hombres geniales y desinteresados, con rasgos asociados a un varón blanco occidental de clase media-alta». Según él, «si vamos con estas ideas al aula, estamos reproduciendo la ciencia actual, dificultando su acceso a las mujeres».

En su aula, tal y como comentó en su exposición, trata de romper con esa dinámica y hacer visibles a tantas y tantas mujeres que han aportado a la ciencia. «Cuidado con las perspectivas históricas sólo masculinas, con contextos y ejemplos masculinos, con sólo saberes de hombres, sin las aportaciones de mujeres, utilizando un lenguaje sexista, etc., etc.», advirtió.

No se ve, pero se toca

En este contexto, llegamos al siglo XXI. Si hay más mujeres estudiantes, si las labores del hogar se igualan, si las mujeres publican cada vez más artículos científicos... «Al menos la mitad de los expedientes más brillantes que salen de nuestras universidades son de mujeres. Nuestra inteligencia está clara», exponía Jasone Astola, directora de Igualdad de la UPV-EHU. Entonces, ¿avanzamos hacia la igualdad entre hombres y mujeres en la universidad?, como planteaba el título de estas jornadas. La respuesta de las ponentes fue no.

María Jesús Izquierdo fue directora del Observatorio para la Igualdad de la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora dirige el Grupo de estudio Sentimientos, Emociones y Sociedad. Fue la que dio algunas de las claves de dónde radica esa desigualdad y las razones por las que persiste y, a su pesar, persistirá. «La institución universitaria se construye sobre la base de la explotación de las mujeres», una frase pronunciada por ella y que resonó entre quienes asistieron a su conferencia. «Lo que quiero decir es que el poder del hombre se construye sobre el trabajo de la mujer, y en el sistema universitario también».

Izquierdo ahondó en esta cruda aseveración al explicar que «la posibilidad de realizar una carrera académica sólo es posible si una persona distinta del profesor o profesora universitaria dispone en su casa de alguien que se ocupe de la familia y de las personas dependientes, y esa labor la realizan las mujeres a costa de su propia carrera o de un sobreesfuerzo que no tienen que realizar los hombre». Eso supone «una transferencia indirecta de recursos producidos por las mujeres a la universidad, a través de los hombres. Es decir, explotación es la transferencia sistemática de recursos de quien los ha producido a quien no los ha producido».

He aquí una primera idea de por qué esa realidad tan desigual que parece avanzar es tan sólo es un señuelo, un espejismo. La mujer debe sacrificar mucho más que el hombre si quiere aspirar a mayores cotas académicas o profesionales. «¿Qué te dicen las mujeres que han hecho carrera? Pues que no tienen vida personal», resumió.

A este primer sesgo se suma otro más conocido, como es la segregación por carreras, que esta experta calificó de «dañina» porque «produce una segregación de las cualidades predominantes en las mujeres y en los hombres, de modo que en las carreras feminizadas hay un déficit de formación científico-técnica».

De eso sabe Txaro Uliarte, profesora de la Escuela Universitaria de Enfermería de Leioa, donde apenas un 10% de los estudiantes son varones. «Dicen que cada vez hay menos división entre `profesiones' de hombres y mujeres, pero personalmente observo que la división sigue siendo enorme y, principalmente, en los puestos de mando. ¿Conocen a muchas rectoras de universidad, directoras de radio o televisión, presidentas de la banca...?».

Las «trampas» de la desigualdad

Explotación o transferencia de trabajo, segregación... ¿Qué pasa con el acceso a los mejores puestos? Aquí se esconde otra pata del banco sobre el que se asienta ese gen masculino predominante. María Jesús Izquierdo aclaró en este punto una de las «mentiras» del sistema: «El incremento que se está produciendo de mujeres entre el profesorado no se debe a que accedan a la profesión una proporción más alta de ellas». El truco radica en que «se producen más salidas de hombres debido a la jubilación y eso da como resultado un incremento de presencia de mujeres, que da la apariencia de que está creciendo el acceso de mujeres al profesorado».

La otra «trampa», ésta mucho más sigilosa y aceptada como una ley no escrita, es la que ella califica de «cooptación». Se refirió así al «reclutamiento» basado en la afinidad entre quien contrata y quien es contratado. «Como hay una mayoría de hombres en los puestos de toma de decisiones, el resultado es que, al cooptar, contratan a gente con características similares a ellos, que resultan ser otros hombres. Se tiende a contratar a la réplica de uno mismo para los puestos mejores y, como quienes deciden son hombres, no se ven reflejados en una mujer», sentenció.

Esta práctica resulta llamativa extramuros de la universidad, pero, como Izquierdo aclaró, «hay que tener en cuenta que los concursos de acceso, aunque formalmente son abiertos, suelen ser convocados a la medida de algún candidato; si las mujeres saben que no son el candidato del departamento, renuncian a presentarse, lo que da la apariencia de que no aspiran a ocupar plazas, cuando en realidad tienen pocas expectativas de conseguirlas si se presentan».

Crítica que también hizo la catedrática Catalina Lara al reclamar «sistemas de evaluación claros, objetivos y transparentes, con baremos previos a conocer la identidad de los solicitantes, con sistemas de valoración justificada de méritos, y con garantías de seleccionar al o a la mejor, y no al que simplemente lo parezca».

Un panorama poco alentador

Explotación, segregación, selección... «No hay un punto en la cadena donde digamos por qué pasa, no hay ningún malo de la película. Se trata de pequeñas gotitas, una suma de muchas pequeñas gotitas de puteo hacia las mujeres», lo resumió de manera María Jesús Izquierdo. Por ello, el profesor José María Etxaide no dudó en denunciar «la falsedad del axioma tan extendido en la universidad de que las desigualdades se irán corrigiendo como consecuencia de una supuesta feminización progresiva de la institución».

La universidad sigue siendo un estamento masculino y la mayor presencia femenina en ella es sólo un truco de magia que distrae a la sociedad, un cambiar para que nada cambie. Los hombres siguen mandando. ¿Hay visos de cambio? Izquierdo no lo tiene muy claro: «Se pretende que el problema se resuelva a través de la educación, pero lo que más marca los comportamientos de la generación futura son las prácticas de la generación adulta, y no tanto los discursos que los adultos transmiten a los jóvenes, lo que hace que los cambios sean muy lentos o que haya resistencia al cambio. Que las cosas cambien depende de que cambiemos nosotros mismos, pero eso genera una gran inestabilidad, la gente tiende a proteger su subjetividad y espera que sean los otros los que cambien».

Para la experta Catalina Lara, las «tijeras» de la recurrida gráfica que evidencia lo que realmente está ocurriendo «están clavadas en el alma de nuestras instituciones académicas. Por la herida sangra el talento de las mujeres». Pero a la vez se mostró convencida de que «por esa herida intuyo que sangra también algo valioso de los hombres, que no acierto a definir. Quizá alguno de ustedes, y hablo en masculino no genérico, sepa qué es y quiera decírmelo».

En cualquier caso, emitió un voto de confianza: «Estoy convencida de que si algún día fuéramos capaces, mujeres y hombres, de cerrar esas tijeras, no sólo se mejoraría la utilización de recursos humanos al tiempo que enriquecería la tarea científica con nuevos temas y perspectivas, sino que conseguiríamos que nuestras universidades no perdieran el alma».

 

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