Se podrá decir que la operación contra Libia tiene el aval de la ONU y que su objetivo es «defender la democracia», pero cada vez queda más en evidencia que si no hubiera petróleo a las potencias y transnacionales occidentales les importarían un pito los derechos civiles, sociales y políticos del señor Mohammed de Trípoli o de la señora Fátima de Bengasi. Quienes ahora se llenan la boca de «defensa de la democracia» no tuvieron problemas para estrechar la mano de Muammar Al-Gadafi, que hace un par de años era tan dictador (o sátrapa, palabra recuperada ahora en los medios y que, curiosamente, en persa antiguo significa «protector del país», o eso dice la Wikipedia) como ahora. Es decir, que el señor Mohammed o la señora Fátima estaban tan oprimidos hace dos años como ahora.

Pero a nadie le importaba. No al menos a Nicolas Sarkozy, que según ha señalado el propio Gadafi, financió su campaña con el dinero del petróleo libio. O a José María Aznar, que sonreía (o que hacía una mueca debajo del bigote) cuando Gadafi le regaló un caballo. Y otro tanto a Zapatero. Curiosamente, el único que no reniega de sus lazos con Gadafi es Silvio Berlusconi que, en un momento de lucidez entre orgía y orgía, dijo que le apenaba el destino de su socio.

Finalmente se ha impuesto la tesis de que lo que es bueno para Repsol es bueno para el Estado español (al menos para quienes lo mangonean). Y lo que es bueno para Petronor es bueno para Euskal Herria (o al menos para algunos). Producir un barril de petróleo cuesta en Libia un dólar. Y se vende en los mercados internacionales por más de cien y se espera que el precio siga subiendo.

Quizá seamos mal pensados, el imperialismo no exista y la ONU y la OTAN y demás organismos internacionales hayan visto la luz y hayan optado por defender la democracia y hacer cumplir todas las resoluciones, como las que exigen que Israel deje de ocupar ilegalmente territorios palestinos y que permita el retorno de los refugiados. ¡Ah, no, si el martes mataron a nueve palestinos en Gaza!