El rescate de la Unión Europea a Portugal, que parece inevitable y es muy impopular sobre el terreno, ha llevado al colapso del Gobierno luso que dirige el socialdemócrata José Sócrates. El Parlamento rechazó el cuarto paquete de medidas de austeridad presentado en los últimos once meses y puso fin a una situación insostenible. Con un gobierno sometido al dictado alemán, sin capacidad para restaurar la confianza, y una sociedad cada día más movilizada, la suerte de Sócrates estaba echada.

Lo que empezó como un problema de crecimiento insostenible de deuda privada, conducido por un sector financiero sin control e instigado por la desregulación de los gobiernos, ha conocido una misteriosa metamorfosis para convertirse en una crisis de deuda soberana. Portugal renunció a su soberanía económica -usa una moneda que no emite, recurre al crédito para cubrir el déficit, lo cual le hace dependiente del especulativo mercado de bonos y se arriesga a la insolvencia- y, hoy, observa como el interés público está siendo sacrificado y una generación perdida de parados emerge. La sombra de Portugal viaja ahora al Estado español. Y por volumen económico, pasaría de ser un problema a ser un desastre europeo.