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Tennessee williams, ese maldito calor sureño

Hoy se cumple el centenario del nacimiento del prestigioso dramaturgo norteamericano Tennessee Williams. Una buena excusa para adentrarnos en el particular imaginario sureño, sacudido por la doble moral, que este autor describió en obras tan recordadas como «Un tranvía llamado deseo» y «La gata sobre el tejado de zinc caliente».

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Koldo LANDALUZE I

El calor, ese maldito e intenso calor que reactiva la locura y enciende las pasiones más ocultas, azota las noches de Columbus. De entre la frondosa arboleda emerge la silueta de una pequeña iglesia episcopal y, en su interior, un predicador señala amenazante a sus feligreses mientras les recuerda «El espíritu de la verdad» que dictan los Provervios 25:28: «¿Cuantos de nosotros pueden decir: `Yo domino mi pasión'? Porque ¡qué débil es el hombre! ¡Con cuánta frecuencia nos descarriamos del camino recto y estrecho! Pero, sólo cuando permanecemos en el Señor, somos una ciudad amurallada. Sólo así nos podemos defender de Satanás y sus tentaciones. ¡No podemos gobernarnos solos! ¡Dios es nuestra única ayuda y salvación!». En la tercera fila, un hombre elude la mirada de su esposa para fijar su interés en el atractivo joven de piel bronceada que observa con detalle al enfebrecido pastor episcopaliano que, desde su púlpito, dirige esta orquesta de almas descarriadas. En el exterior de la iglesia, el diablo, siempre dispuesto a satisfacer los deseos más ocultos, sella con un «Amén» y un solo de trompeta las palabras del predicador. En el profundo y maldito sur de los Estados Unidos se escenifica cada noche un drama escrito a golpe de bourbon, jazz y secretos inconfesables. El sonido mecánico de una maquina de escribir Remington dota de vida y sentido el errático paisaje de vidas humanas que, atrapadas en un espacio cerrado y axfisiante, nos descubren sus anhelos más prohibidos. Tennessee Williams no es ajeno al calor de esta noche, y sus dedos imprimen su sudor en los borradores de una pieza teatral al que le hace falta un último y definitivo acto antes de que caiga el telón.

Barbitúricos

Truman Capote incluyó en sus «Retratos» literarios a Tennessee Williams y nos recordó que su muerte, acaecida el 25 de febrero de 1983, se produjo por culpa de un tapón de pastillas que se le quedó atravesado en el esófago. A lo largo de su vida, el dramaturgo consumió infinidad de barbitúricos con los que pretendió paliar los efectos de la epilepsia, sus problemas cardíacos, sicológicos y un gran número de fobias. Antes de que sus amigos lo rebautizaran como «Tennessee», Thomas Lanier Williams III vivió su infancia a orillas del Mississipi y marcado por una difteria que le impidió realizar cualquier tipo de actividad durante dos años. Su madre, en un intento por paliar el aburrimiento de su hijo, le regaló una máquina de escribir gracias a la cual, Thomas, encontró una buena excusa imaginativa para evadirse de su reclusión física.

Eclosión creativa

Su gran eclosión creativa llegó en 1945, año en el que se representó por primera vez en los escenarios de Broadway «El zoo de cristal» -con esta obra lograría el Premio del Círculo de Críticos Teatrales de Nueva York-. Dos años más tarde, convulsionaría el panorama escénico con «Un tranvía llamado deseo», y con el estreno, en el año 54, de «La gata sobre el tejado de zinc caliente»-ambas premiados con el Pulitzer, lo situarían en la cumbre-. Abandonó la vida bohemia que le proporcionó Nueva Orleans para recorrer los hoteles de Nueva York, Roma, París y Marruecos, y escenificar en cada una de las suites que visitó los deseos desbordados que tanto le apasionaban y trastornaban. A golpe de barbitúrico y alcohol, buscó la complicidad de Capote, Hemingway, Leonard Bernstein, Paul Bowles, Luchino Visconti, Ana Magnani, William Faulkner, Elia Kazan y visitó infinidad de barras de bar donde topó con hombres anónimos con los que compartió relaciones fugaces. Extremo, complejo, convulso, provocador... el autor de obras como «De repente... el último verano» o «Dulce pájaro de juventud», apostó por un modelo de vida acorde con las piezas teatrales que imaginó tal y como nos recordó en sus «Memorias». «¿Es posible ser un viejo verde a mitad de la treintena? -escribió Tennessee Williams-. Porque quizá sea ésta la impresión que estoy causando. Este libro es una especie de catarsis de puritanos sentimientos de culpabilidad, supongo. Todo buen arte es indiscreto. Bien, yo no puedo asegurarles que este libro vaya a ser arte, pero indiscreto tiene que serlo, puesto que trata de mi vida adulta... Claro está que podría dedicar estas páginas, en toda su extensión, a discutir el arte dramático, pero ¿no sería eso un tostón?». 

Radiografía escénica

Se alza el telón. Entra a escena la señora Amanda Wingfield –una dominante madre sureña que ha sido abandonada por su marido– acompañada por su hija Laura. La joven padece un impedimento físico y su conducta es introvertida. Su gran pasión es coleccionar animalitos de cristal tan frágiles como ella. Mientras Laura ordena su zoo de cristal, Blanche DuBois se aproxima a ella. Blanche es una dama sureña con delirios de grandeza cuyo mundo interior salta hecho añicos en cuanto Stanley Kowalsky irrumpe sobre el escenario con la apariencia de Marlon Brando. El calor sofocante de Nueva Orleans impregna su iconográfica camiseta. Al fondo, un matrimonio no pasa por su mejor momento. Brick bebe sin cesar, ensimismado, sin prestar atención a su esposa Maggie, y ella le replica enfurecida: «¡Me siento como una gata sobre un tejado de zinc recalentado por el sol!». La mirada azul y cristalina de Paul Newman es atravesada por la fiereza violeta de Elizabeth Taylor. Telón. K.L.

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