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«`La voz humana' refleja una situación por la que pasan muchas mujeres»

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Elisabete MATOS I Soprano

La soprano lusa Elisabete Matos es una de las cantantes más activas y respetadas de la península ibérica, habiendo despegado en los últimos años a una carrera internacional que en breve la llevará al Metropolitan de Nueva York a cantar Lady Macbeth. Pero antes, hoy se le podrá escucha en el Arriaga Antzokia de Bilbo, como protagonista absoluta de «La voz humana», de Poulenc.

Mikel CHAMIZO |

«La voz humana», que escenifica una llamada teléfonica durante la cual una mujer es abandonada por su amante, compartirá nuevamente hoy el escenario del Arriaga con «Il segreto de Susanna», una comedia de Wolf-Ferrari que trata otra faceta de las relaciones amorosas: los celos.

El de «La voz humana» es uno de los papeles más peculiares de la ópera del siglo XX. ¿Cómo decidió incluirlo en su repertorio?

En realidad lo había cantado hace diez años, así que, cuando surgió esta oportunidad, me apeteció muchísimo retomarlo porque es un desafío extraordinario para una cantante, ya que lo único que tienes sobre el escenario es un teléfono. Estás tú sola para recrearte a ti misma y a la persona que supuestamente está hablando al otro lado del hilo telefónico. Y es un personaje apasionante desde el punto de vista dramático: una mujer que sabe perfectamente que no tiene nada que hacer, que su amante la está abandonando definitivamente pero que, tras cinco años, es completamente dependiente y sólo vive para él. Durante cuarenta minutos esta mujer pasa por todos los estados de ánimo que acompañan al despecho: el temor, la incredulidad, la desesperación, la ira, y termina humillándose por completo, pues sin él se siente morir. Es un papel realmente satisfactorio para un actor. Y también para un cantante, pues la adaptación musical que hace Poulenc de la pieza de Cocteau es muy atrayente.

La historia que cuenta «La voz humana» se podría haber escrito ayer.

Absolutamente. Es una obra muy moderna, que sigue reflejando a la perfección la situación por la que pasan muchísimas mujeres, esa consciencia de que una relación no funciona pero no se puede cortar porque hay dependencia, intereses y esa sensación de que no se puede vivir sin la otra persona, lo que termina por llevar a una vorágine de malos sentimiento y al maltrato. Se trata de una de las grandes problemáticas del amor, y sigue tan vigente hoy como el día en que Cocteu redactó la obra.

¿Hay algún momento de esta caída en el abismo que es «La voz humana» que le emocione especialmente?

Siempre me emociono muchísimo cuando, casi al final de la conversación, ella sigue dicíendole: `Eres bueno, mi amor. Corta tú, desenchufa el teléfono. Te quiero mucho'. Sigue con esta despedida que es irreal, sumida en el patetismo y la desesperación, pues por dentro está totalmente destrozada. También me impacta mucho su punto de locura cuando le dice: `Ya sabes, no te preocupes. Estate tranquilo porque no soy capaz de comprar un revólver. No tendría fuerzas para hacerlo'.

Supongo que, al tratarse de una ópera que gira única y exclusivamente en torno a una sola cantante, la relación con el director escénico será algo diferente a la que se da en otros títulos.

El director de escena es siempre el que marca las pautas. Pero en este caso me conoce bien, pues hace diez años hice este mismo papel con él en la Maestranza de Sevilla, aunque es verdad que desde entonces hemos evolucionado nuestro punto de vista de esta ópera. Cada movimiento que ve el público está justificado por el director de escena, no salen porque sí. Ahora bien, si en un momento dado yo decido moverme a la derecha en vez de a la izquierda, o girarme unos segundos más tarde de lo planificado, no importa tanto como en una ópera en la que hay varias personas sobre el escenario. Tengo un poco más de flexibilidad, porque lo importante es que todo sea genuino, que lo que el público ve sea mi reacción real ante lo que me están diciendo desde el otro lado del teléfono.

¿Es duro no dejar de cantar durante cuarenta minutos?

Es duro, pero no por la duración. En un «Tristán e Isolda» te pasas cinco horas sobre el escenario. Lo que lo hace duro es que tú tienes que crear todas las situaciones, sin la ayuda de nadie. Tienes que interpretarte a ti misma pero también, mediante tus reacciones, a la persona que está al teléfono y que el público no puede escuchar. Además, esta mujer está en una situación de angustia constante, sin poder desatarse del todo, porque sabe que al primer grito él va a colgar y se irá definitivamente. Vocalmente también es difícil, pero no más que cantar el primer acto de «La valquiria» de Wagner. Los cantantes nos preparamos físicamente para estos retos, como lo haría un atleta.

¿Cómo se queda usted al final de la representación? ¿Le afecta este personaje?

Se queda una con sensación de vacío. Pero, al rato, si todo ha salido como pretendía y he podido llegar al público, la satisfacción de haber cumplido es muy grande. Al fin y al cabo, nuestra función es subir al escenario para que el público disfrute.

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