La alta radiactividad apunta a daños en la vasija del reactor 3 de Fukushima
Los altos niveles de radioactividad detectados en el reactor 3 de Fukushima I podrían indicar que su vasija de contención, conductos o válvulas podrían estar dañados, pero además están dificultando enormemente los esfuerzos de los operarios en algunas áreas de la central nuclear. El Gobierno instó a abandonar sus casas a quienes vivan en un radio de entre veinte y treinta kilómetros de la planta.
GARA |
La Agencia de Seguridad Nuclear de Japón indicó ayer que la vasija del reactor 3 de la central nuclear de Fukushima I podría estar dañada, tras detectarse en la zona agua con elevador niveles de radiactividad. Hidehiko Nishiyama, su portavoz, dijo que ese agua podría provenir del núcleo del reactor, por lo que «no se puede descartar» que haya daños en la vasija de contención, al considerar menos probable que el líquido provenga de la piscina de almacenamiento de combustible del citado reactor. Ambas opciones se están investigando.
Los operarios de Fukushima, con ayuda de cientos de bomberos y soldados, reanudaron ayer la inyección de agua dulce, sobre las unidades 2, 3 y 4 de la central, mientras tratan de reactivar las bombas para poner en marcha sus sistemas de refrigeración.
Pero lo trabajos se están viendo dificultados también por esos altos niveles de radiactividad y se están eternizando. El jueves, dos trabajadores subcontratados de TEPCO, la empresa operadora de la central, fueron hospitalizados con quemaduras en los pies tras exponerse a una radiactividad elevada mientras extendían cables eléctricos cerca del reactor 3, en un edificio de turbinas inundado con agua altamente contaminada. La compañía admitió que todavía está evaluando los daños provocados en la planta por el terremoto y posterior tsunami del 11 de marzo que causaron la muerte de al menos 10.066 personas y la desaparición de 17.443.
La Agencia de Seguridad Nuclear criticó a TEPCO por no haber adoptado medidas para proteger a sus técnicos que traba- jan por evitar que el desastre sea mayor.
El primer ministro japonés, Naoto Kan, reconoció ayer que la situación en Fukushima sigue siendo «impredecible» y se trabaja para que «no empeore», pero señaló que las operaciones de enfriamiento podría prolongarse por lo menos un mes más.
Abandono voluntario
Mientras tanto, el jefe del Gabinete, Yukio Edano, animó a quienes viven en un radio de entre 20 y 30 kilómetros de la central nuclear de Fukushima I a que abandonen sus hogares de forma voluntaria, al tiempo que les garantizó el apoyo de las autoridades. Antes les habían instado a no salir de sus casas.
Edano explicó que serán trasladados a refugios seguros donde tendrán cubiertas todas sus necesidades básicas, algo que ahora no tienen garantizado, ya que los suministros e insumos empiezan a escasear en ese entorno y hay dificultades para llevarlos hasta allí.
Además de la prohibición de vender ciertas verduras y leche cruda en al menos cuatro prefecturas alrededor de la planta accidentada, la televisión estatal NHK, por su parte, informó de que la radiactividad supera los límites legales para su consumo por menores en las prefecturas de Tokio, Fukushima, Ibaraki, Chiba, Saitama, Tochigi. En 18 plantas potabilizadoras de estas prefecturas la presencia de yodo radiactivo excede el límite.
Un informe de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) enviado a sus miembros poco antes de la crisis nuclear japonesa y difundido ayer por Europa Press señala que el cierre de los viejos reactores nucleares -muchos de ellos construidos en los años 70 y 80 del pasado siglo- podría alcanzar su máximo entre 2020 y 2030, lo que provocaría un fuerte desafío para la seguridad y el medio ambiente. Y añade, cómo no, que el sector nuclear en el mundo mantuvo un alto nivel de seguridad en 2010.
La contaminación radiactiva en Fukushima reaviva los recuerdos del espanto en Hiroshima, blanco de una bomba atómica de EEUU el 6 de agosto de 1945.
Los hibakusha (supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki) gozaron de buena salud en sus primeros años de vida y desde aquellos ataques nucleares viven con graves enfermedades, sobre todo el cáncer que carcome sus cuerpos.
La fuga de partículas radioactivas en Fukushima «ha despertado en nosotros el terror más profundo», afirma Sunao Tsuboi, de 80 años. «La radiación daña los genes y el ADN. No existe un remedio adecuado para la exposición a la radiación», subraya.
El drama que se está viviendo en la central nuclear de Fukushima, a 800 kilómetros de Hiroshima, ha vuelto a encender también sus convicciones antinucleares. «La tecnología nuclear no puede coexistir con los seres humanos. La vida es más importante que la economía», sostiene Tsuboi.
Muchos hibakusha cuestionan al Gobierno por asegurar que el nivel de radiación no es peligroso, porque sus efectos permanecen durante décadas.
Hashizume Bun, autora de «El día en que cayó el sol», tiene todavía radiactividad en su cuerpo y confía en que el accidente de Fukushima «genere un cambio mundial hacia la desnuclearización».
Shoji Kihara critica al Gobierno por decir que la situación en Fukushima no plantea un «inmediato» peligro para la salud, porque los síntomas aparecen tras una continua exposición a la radiación.
Hiroshima sólo dejó un edificio sin demoler: La Cúpula de la Bomba Atómica (Gembaku Domu). Cerca se levanta el Cenotafio Memorial, donde hay una inscripción grabada en la piedra que dice: «Descansad en paz, no dejaremos que se reproduzca la tragedia». Sebastien BLANC (AFP)