Fede de los Ríos
Hemos declarado la guerra, imbéciles
Ala intervención de 1991 en Kuwait la llamaron «Tormenta del desierto» y de verdad que atormentaron; a la de Somalia en el 93, «Restaurar la Esperanza» y no habrá en la actualidad, gracias a los yanquis, pueblo más esperanzado que el somalí, que lo perdió casi todo. Por todos conocidos los adagios «la esperanza es lo último que se pierde» y «el que espera desespera». Y ahí siguen, en la esperanza.
A la invasión de Iraq, la de 2003, la llamaron «Libertad Iraquí», y nadie podrá negar que gracias a los marines las gentes de aquel país disfrutan de una democracia y una libertad que son la envidia del mundo entero. Nunca habían conocido sus habitantes tal desarrollo en sus condiciones de vida que hacen que las calles y plazas se hayan tornado en escenarios donde los visitantes contemplan en la cotidianidad de sus gentes la felicidad. Gracias anteriormente a Bush Junior y en la actualidad a Obama, el Nobel de la Paz, Iraq bien pudiera confundirse con el Paraíso. Ahora, en Libia, «Odisea del amanecer». En vez de caballos de Troya, misiles Tomahawks, más cómodos y humanitarios. Sólo matan a los malos. A esta invasión se han apuntado más países. Pagando a escote a Obama le sale mejor.
Resulta fácil y agradable alinearse con los americanos contra sus enemigos. Siempre son tan, tan, tan malos y tan, tan, tan feos, cuando nos los presentan los medios. Perversos y camaleónicos. Muamar el Gadafi, por ejemplo, allá por los 70 empezó siendo un terrorista derrocando a un rey mediante una revolución que nacionalizó los grandes medios de producción. Causó el terror en la familia real y en las castas aristocráticas del Magreb. En los 80, con Reagan, fue acusado de apoyar a las FARC, al IRA, a ETA y los palestinos, todos izquierdistas malos.
En los 90 pareció volverse bueno, al permitir la entrada de petroleras americanas, italianas, francesas, españolas y las de capital extranjero, al tiempo que las promesas de la revolución volvíanse humo y el coronel amasaba una fortuna que depositaba en la democrática banca europea. Ahora quería establecer controles más férreos sobre el petróleo. Todo para hacer el Mal. Por ello, en todos los telediarios ha pasado de «líder libio» a «dictador Gadafi». Nuestros gobernantes se han visto obligados a declarar la guerra a Libia. Para salvar a los libios de sus dirigentes e incluso de ellos mismos, si fuera necesario.
Si Libia, actualmente, ocupa el primer puesto en el índice de desarrollo humano (IDH), la unidad estándar para medir la calidad de vida: esperanza de vida (74 años), alfabetización (85%), educación (17 años) y nivel de vida (PIB per cápita); las mejoras que se conseguirán después de la intervención de las potencias occidentales, experimentarán un crecimiento inusitado. Como el acontecido en Iraq y Afganistán después de las humanitarias intervenciones.
Si en tu casa estalla una bomba matando a la abuelita, tus hijos e incluso al canario, no es nada raro, efectos colaterales de una bomba libia. Cosas de la guerra.