Mertxe AIZPURUA | Periodista
Una hora menos
Tanto si leen estas líneas como si no, ustedes llevarán un debe en su vida. Les acaban de estafar una hora que en otoño parecerá que se la devuelven. Pues sepan que será en falso celofán, como si fuera un extra de ganancia. Lo cierto es que una hora de nuestras vidas flota ya en el limbo administrativo. Que a las dos de la madrugada sean las tres tiene un pase, pero que a las ocho de la mañana sean las nueve no tiene justificación. De marzo a octubre, todos cedemos una hora de vida en una especie de préstamo gubernativo que no me convence. Para ser más precisa, me incomoda sobremanera. No voy a entrar en el interminable debate de si es eficaz o si ahorra energía. El cálculo no es mi fuerte y, además, cada vez que venden algo como si fuera beneficioso para la economía global generalmente es perjudicial en lo particular, así que... lo único que sé seguro es que empezaré unos cuantos días desorientada, remoloneando en la cama cuando el despertador suene a las siete de la mañana porque en realidad serán las seis, con hambre de las dos a la una del mediodía y sin llegar despierta al final de una película porque a las diez de la noche serán las once. Y que invertiré mucho tiempo en poner de acuerdo a todo mi entorno horario sincronizando despertadores, relojes de pared y de muñeca, microondas, coche, televisión y horno...
Odio que me ajuste el tiempo precisamente quien acumula desajustes escandalosos. En Madrid, por ejemplo, los relojes del Gobierno español y los del Supremo están retrasados, no una hora sino años. Toca desplazar de sitio el meridiano de Greenwich.