ZALOA BASABE | PERIODISTA Y ESPECIALISTA UNIVERSITARIA EN GÉNERO
El feminismo y el «impuesto reaccionario»
La autora nos deja una nueva aportación al debate de la definición y participación del sujeto político feminista en los procesos de decisión. Dice que «nos gustaría mirar atrás y pensar que el feminismo ha dejado frutos que ahora toca saborear». Pero afirma que esto no sucede así. Analiza el «impuesto reaccionario», cómo funciona en la incorporación de las mujeres al trabajo, las relaciones afectivas y sexuales o la violencia contra las mujeres. Y concluye diciendo que apostar por el feminismo es trabajar por la transformación social y una Euskal Herria feminista.
En los últimos meses en Iruñea, Bilbo, Gasteiz (y seguro que de manera simultánea en otros lugares de Euskal Herria) e incluso en las páginas de este diario, se han ido creando espacios en forma de mesas redondas, jornadas y artículos de opinión entorno a la definición y participación del sujeto político feminista en todos los momentos y diferentes ámbitos de los procesos de decisión. Se ha hablado mucho de la encrucijada que vive el movimiento feminista llegadas a este punto, mientras que las feministas más veteranas, en edad y militancia, nos recordaban que este debate ha existido siempre y que su permanente actualización responde al dinamismo característico del feminismo, un movimiento que, desde su nacimiento, ha tenido precisamente en el término «movimiento» uno de los puntales de sus múltiples definiciones. Asimismo, si una cosa ha quedado clara desde los inicios de estos debates y ha estado presente en sus numerosas reediciones, ha sido la aceptación de que los sujetos políticos no son abstractos, no se construyen en el aire ni se sitúan en un ámbito teórico inaprensible: los sujetos políticos nacen y se desarrollan unidos a la acción, al activismo, a los contextos históricos concretos, al movimiento al fin y al cabo, que hace que aunque se vayan adoptando diferentes y diversas estrategias, los principios ideológicos que definen a ese sujeto permanezcan intactos.
Durante estos últimos años, al calor de diferentes cambios estratégicos (también en el movimiento feminista), a menudo nos hemos detenido a preguntarnos en qué fundamentamos la identidad feminista en Euskal Herria y cómo cohesionar y coordinar la multiplicidad de factores que definen nuestra identidad como sujetos políticos. No en vano, las feministas vascas siempre hemos vivido nuestra confesión política como una doble (o triple) subversión. Como ciudadanas de Euskal Herria y como feministas somos conscientes de que al revindicar nuestro reconocimiento como sujeto político ante los estados, las estructuras sociales y los marcos legales estamos realizando un constante acto de subversión por cuanto entramos en abierto conflictos con esos agentes y las fuerzas que los representan. Es este espíritu subversivo el que ha caracterizado la canalización de nuestra capacidad transformadora para con el entorno y con las relaciones que en él se establezcan. Sin entrar ahora en el interesante debate sobre si la construcción nacional y el feminismo comparten espacios de una misma lucha, o si luchan conjuntamente en diferentes espacios, lo cierto es que, con reconocimiento externo (e interno) o no, el movimiento feminista se ha definido a sí mismo como sujeto político desde el momento en el que ha actuado y ha afectado en y sobre los entornos a los que se enfrentaba y pretendía modificar.
Andando, andando, nos hemos dado cuenta de que ya no podemos parar. Que cada paso adelante es más irreversible que el anterior y que cada nuevo paso, aun conllevando nuevos logros ya irrenunciables, nos acarrea además mayor responsabilidad. En resumidas cuentas, el movimiento feminista cuya dimensión política reivindicamos, nos ha traído más y más trabajo a las feministas que, sin afiliaciones ni etiquetas, no somos sino aquellas personas que durante nuestra vida, desde nuestros diferentes ámbitos y en nuestra actividad diaria ejercemos como feministas. Nos gustaría mirar atrás y pensar que estos siglos de feminismo en el mundo, que estas décadas de feminismo en Euskal Herria, nos han dejado un montón de frutos que ahora nos dedicamos a saborear. Lucharon, se lo ganaron y lo disfrutamos. Desgraciadamente esto no sucede así, no al menos a quienes se reivindican subversivas y, como decíamos, hacen del movimiento su seña de identidad. Como en física, cada movimiento trae una reacción: unas veces en la dirección que esperábamos y, otras muchas, justo en la contraria. Y aquí nos encontramos, las feministas en el siglo XXI, en el mundo, en Europa y en Euskal Herria sufriendo los movimientos, las reacciones contrarias que nos hemos encontrado al hacer el camino.
Igual que los empresarios y empresarias han pagado (o no) el impuesto revolucionario, las feministas, y las mujeres en general pagamos diariamente (sí o sí) el «impuesto reaccionario» tras años de luchas y de conquistas.
Exigíamos la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo. Y lo conseguimos, en las condiciones que conocemos y que este último 8 de marzo nos recordaron las cifras; pero no sabíamos entonces que esto traía aparejado su «impuesto reaccionario»: no abandonar en el ámbito privado todas aquellas tareas que históricamente nos habían sido encomendadas. Luchamos porque nuestras relaciones afectivas y sexuales se dieran en un ámbito de libertad, y conseguimos mejorar nuestra situación respecto a décadas anteriores; pero... «impuesto reaccionario»: la violencia contra las mujeres en sus múltiples manifestaciones se volvió aún más rabiosa, pública y virulenta. Exigimos entonces el reconocimiento de esta violencia como algo estructural y que no fuera considerado como algo personal, y nuevamente tuvimos que pagar el «impuesto reaccionario»: hicieron una ley que, además de dejar fuera muchas de las manifestaciones violentas que denunciábamos, jerarquizó las distintas violencias que sufrimos, nos victimizó y casi acaba por desmovilizarnos.
Hay un montón de ejemplos más que vienen a ilustrar el número de sanciones sociales, penales y subjetivas a las que las mujeres nos exponemos diariamente mientras labramos pasito a pasito este camino hacia la liberación individual y colectiva y la transformación social que es el feminismo. Esto no quiere decir que no merezca la pena, únicamente significa que quien se mueve provoca movimientos y que la necesidad de permanente reacción es imprescindible no solo si queremos mantenernos donde estamos para seguir avanzando, sino si no queremos perder lo hasta ahora conseguido (y no siempre reconocido) por la lucha feminista. Por eso es importante el reconocimiento político del movimiento feminista y es prioritaria la articulación y la interlocución del sujeto político feminista. El mundo, la Europa y la Euskal Herria que hoy conocemos es también así por los logros y el trabajo militante del feminismo y es necesario invertir y subrayar las fuerzas de este movimiento para neutralizar las respuestas reaccionarias que nos encontramos cada día en nuestro camino. Apostar por el feminismo es trabajar por la transformación social, y trabajar por una Euskal Herria feminista es la única manera de seguir adelante.
No me gustaría finalizar sin hacer desde aquí un llamamiento a las mujeres que sufren el «impuesto reaccionario» a que lo denuncien, se rebelen y se movilicen contra él, por considerarlo altamente antidemocrático y lesivo para su dignidad y para el buen y lógico desarrollo de su comunidad.