CRíTICA cine
«El último verano»
Mikel INSAUSTI
La anterior realización del octogenario Jacques Rivette era una adaptación de Balzac que apostaba por lo novelesco, pero “La duquesa de Langeais” dejaba ese poso amargo de lo caduco. La perspectiva sigue siendo decadente en su teatral “El último verano”, ambientada en un irreconocible mundo del circo, ya que la barraca de feria ha sido desposeída de cualquier entidad propia para convertirse en un espectáculo escénico de artificiosa dramaturgia. Es la primera función de circo que veo en mi vida sin música alguna, ni siquiera un triste acordeón. Estos payasos no son músicos porque ni siquiera son payasos, más bien parecen miembros de un teatrillo de aficionados. Lo peor es que no hay niños, no hay público para ver lo que seguramente nunca ha existido. Tampoco peligra la vida del artista, a falta de trapecio, de animales, o de cualquier otro número en esencia circense. Llegado el momento de la verdad, la emoción es asesinada en la pista vacía por un látigo que corta el papel pero no el aliento, ni siquiera en el sentido retrospectivo de tragedias pasadas que se le pretende dar.
Se supone que el pequeño circo de Rivette es de lo más localista, y por ello el título original hace referencia expresa a la zona del Languedoc donde rodó “La bella mentirosa” en tiempos más inspirados. Sin embargo, se cuela bajo la carpa un forastero, un italiano, un milanés en su flamante deportivo que dice dirigirse a Barcelona. Podía haber sido también un marciano, porque Sergio Castellitto aterriza por casualidad en el lugar, como el espontáneo que se cruza delante de la cámara y estropea la toma, que ha de repetirse una y otra vez. Dentro de la teatralidad del conjunto, hace las veces del personaje sin papel forzado a improvisar, y al que le tienen que dar la entrada, por lo que casi siempre aparece en escena con el paso cambiado. La mayoría de las veces se topa con Jane Birkin, que tiene cara de haberse olvidado de su frase, de sentirse como una vieja actriz amnésica de la nouvelle vague.