De lejos le viene al periodista alemán Günther Wallraff su afición por los disfraces y por las cámaras de grabar. Medios con los que inmortalizar sus experiencias vividas, transformado en distintos sujetos que se hacen pasar por seres marginados, despreciados, maltratados; de este modo, hace ya más de veinticinco años vivió como un «turco», ahora lo hace como negro, como trabajador de una amplia superficie, como empleado de una compañía de telefonía, siempre probando situaciones de los de abajo, de los superexplotados y oprimidos hasta las entretelas. A Wallraff le gustaría -como él mismo subraya- encontrar a través de sus experiencias vividas al límite a un pueblo hospitalario, en el que la xenofobia, la aporofobia y el racismo brillasen por su ausencia. Por el momento, no es el caso para nada, si bien también es cierto que sus experiencias alemanas son transplantables a otros países y áreas geográficas.

En suelo germano no son nuevos los hondos prejuicios hacia los negros -por no hablar de judíos, gitanos y otras etnias- y es que el color de la piel parece que desentona en aquel país de rubiales. Ya el ilustrado Inmanuel Kant decía sin sonrojo en sus estudios «sobre lo bello y lo sublime» que con los negros la única receta era el bastón, ya que, por lo demás, no hacían más que montar bulla. Precisamente, con una camisa de flores y con el rostro pintado de oscuro se va a hacer pasar por un alemán negro nuestro protagonista y las va a pasar canutas oyendo de todo, viéndose despreciado, insultado y sufriendo el veto en muchos lugares. Con esa entrada, que marca el tono, Wallraff se va a transformar en al menos seis personajes diferentes, enfrentándose a diferentes situaciones: como empleado de una cadena de supermercados, cuyas condiciones de trabajo resultan francamente infames y no se distinguen de las que imperaban en los primeros tiempos del capitalismo manufacturero; también va a conocer el mobbing a que se somete a los teleoperadores en una empresa de campanillas o en un gabinete de abogados; va a vivir las condiciones de los sin techo en poblaciones de la civilizada Alemania, donde se deja morir de frío, bajo cero, a los marginados de distinto tipo... o comprobará a su vez cómo se las gasta un cocinero y propietario de un hotelito para gourmets con sus aprendices, a los que maltrata sin piedad, tanto física como psíquicamente, y les mantiene en condiciones de auténtica esclavitud.

Günther Wallraff, una vez más, mantiene en alto el grito de denuncia ante las condiciones a las que son sometidos, en una rica sociedad de la abundancia, los abundantes perdedores que allá malviven. Lo hace erigiéndose en testigo que experimenta en propia carne los males que denuncia para restregarlos, de manera inapelable, en el morro -y mucho- de la sociedad bienpensante... del mejor de los mundos posibles. Wallraff, un periodista valiente que, con sus disfraces, nos entrega la verdad sin máscaras.