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La situación en Costa de Marfil va más allá de la de un presidente cercado con un puñado de leales

Las noticias sobre la situación en Costa de Marfil y la verdadera dimensión de las matanzas que llegan a los medios, generalmente tras ser filtradas por los franceses, está cargada de propaganda y tiene mucho de guerra sicológica. La caída del «sitiado en su búnker» Gbagbo, era una cuestión de horas. El enésimo ataque de las tropas de Ouattara se anuncia, mientras tras Japón, Israel y decenas de países suplican al Estado francés que evacúe a sus delegaciones diplomáticas. La situación parece bastante más compleja que la de un presidente cercado y un puñado de leales contra el resto del mundo.

Con una nueva política exterior de más músculo y que ya tiene tres guerras abiertas, el Estado francés y los poderes occidentales deberían reflexionar sobre las implicaciones de sus aventuras. Construyeron sus imperios en nombre de la civilización cristiana, y ahora lo hacen en nombre de los derechos humanos. Sarkozy habla ya de un nuevo modelo de gobernanza mundial basado en la «responsabilidad de proteger». Un pretexto para cumplir la voluntad de los mismos poderes que han dominado y dividido el mundo selectivamente. Un pretexto que no traerá ni protección ni derechos. Sólo reforzará su legado imperial.

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