Asteko elkarrizketa
«La presunción de inocencia debería ser de culpabilidad para los políticos profesionales»
Artemio Zarco
Su vida podría inspirar una novela. El protagonista sería un superviviente rebelde, ácrata e instintivo. De los que no olvidan. Con ironía, con sorna, con elegancia.... Sin perdón. Como su obra literaria. Su pluma dispara crónicas sarcásticas contra los más sórdidos desvíos del ser humano: la autoridad y el poder. Por eso no deja títere con cabeza. Y le van los enemigos grandes. Incapacitado para la disciplina, prefiere la fortuna del vengador solitario. Hombre cultivado y polifacético: abogado, escritor, melómano, pintor naif, aficionado a la ópera... Y el champán, francés, por favor.
Ocho libros y cientos de artículos de prensa satirizando y criticando a la autoridad en todas sus expresiones: la iglesia, la política, la monarquía, la banca, el ejército... Parece tarea más propia de un francotirador, señor Zarco...
Siempre he sido francotirador. Siempre he tenido como una repugnancia a afiliarme a partidos o a estar sometido a disciplinas o a obediencias. Es connatural en mí, supongo que me vendrá del lado de mi padre anarquista. Siempre he ido por libre; mis opciones estaban en un lado determinado, pero dentro de ese lado no he querido someterme. He tenido propuestas, como todo el mundo, para afiliarme a tal o cual partido pero siempre me he escurrido. Y lo he hecho sin otro motivo que mi falta de disciplina congénita. Supongo que es más un demérito que un mérito.
A pesar de la acidez de su crítica, ¿la mordacidad y el humor le permiten ser elegante?
Es mi manera de expresarme. Tal vez si un psicólogo me psicoanalizara sacaría no sé qué complejo: la humildad de mi origen, hijo de carpintero y de cigarrera, becario de los jesuitas, el contexto en que me moví... Supongo que como sistema de autodefensa se agudizaron en mí la ironía y lo sardónico.
Sus libros están cargados de sorna, sarcasmo... ¿De qué se venga Artemio Zarco?
Me vengo de gente que me cae mal por lo que fuera, o de prototipos, o de gente concreta, con su nombre y apellidos o que aparecen desfigurados en las novelas, porque tampoco es cuestión de que te metan querellas o cosas por el estilo. El rencor y la antipatía me inspiran mucho más que el amor o el compañerismo...
¿Es cierto que sus primeros escritos retribuidos fueron historias de amor rosa que escribía para las empleadas domésticas de un amigo?
Sí, las escribíamos [el abogado] Miguel Castells y yo por entregas, como los culebrones venezolanos, para la doncella y la cocinera de la casa de Miguel. Tenían suspense, continuaban por capítulos, tenían mucho éxito, y les cobrábamos lo suficiente para poder ir al cine a «gallito», porque carecíamos de medios...
Creo que fue durante su destierro en Albarracín, tras ser encarcelado en el estado de excepción de 1968, cuando comenzó a cultivar su auténtica vocación literaria...
En Albarracín escribí mi primera obra, consistente en una serie de narraciones, que se publicó años más tarde: «De fusilamientos y clérigos al modo rabelesiano». De todas formas, antes ya escribía. Por ejemplo, los sábados o domingos, nos reuníamos en la notaría de Castells [padre] varios amigos: Miguel Castells, Ignacio Arozena, Albizu y algún otro... Era el último año de bachillerato, teníamos 16 o 17 años, y leíamos en voz alta, rotando entre nosotros, a Oscar Wilde, a Bernard Shaw, a Shakespeare... Era muy gratificante, teníamos un ambiente literario. Duró uno o dos años.
¿La literatura es, quizá, una manera de conjurar tanto despropósito como hay en el mundo?
Sí. Es una forma de sobrevivir frente a tanto horror como existe, a tanta injusticia, a tanta canallada, a tanta vileza o -por establecer referencias actuales- a tanto millonario americano y a tanto capitalista neoliberal... La literatura es una forma de hacer otro mundo paralelo y de lanzar un mensaje que puede calar o no pero que ahí está. Es lanzar una botella en un mar. Eres como un náufrago, lanzas mensajes... Pero hacer literatura es también una manera de divertirse. Tanto cuando pinto naif como cuando escribo, la sensación de creación es completamente euforizante y gratificante. Crear genera euforia.
Conoció la cárcel de niño: visitaba a su padre, militante de la CNT, preso en Ondarreta antes de la Guerra del 36...
Sí, era antes de la Guerra Civil, yo era un niño pequeño. Tengo recuerdos como que desde dentro de la cárcel veía la isla Santa Clara. Aquel era mi punto de referencia. Mi padre era un anarquista activo, daba conferencias y mítines y le metían a la cárcel repetidamente, tanto los de derecha como los de izquierda. Solía decir «ahora estoy por las izquierdas o ahora estoy por las derechas», según el que estuviera mandando en esa ocasión...
Y con la guerra y el avance fascista, escapan a Durango pero allá sufren el bombardeo de los aviones italianos...
Mi padre combatía en la zona del Gorbea, y mi madre, mis dos hermanas y yo nos encontrábamos en Durango. De aquel día [31 de marzo de 1937] tengo imágenes infantiles. Todavía lo veo e incluso se reproduce algunas veces en el semisueño: un avión inmenso en vuelo rasante que iba ametrallando mientras la gente corría y yo estaba paralizado, mirando el avión... Y mi madre y mis hermanas me gritaban: «¡Tírate al suelo, tírate!». No me podía tirar, estaba inmovilizado de terror. El avión pasaba, inmenso, a vuelo rasante y ametrallaba a todos los que corrían a esconderse en el cementerio.
Ese mismo día -yo acababa de cumplir 7 años-, murió mi padre en la trinchera del monte Oketa, en las estribaciones del Gorbea.
¿Qué legado le quedó de su padre?
Yo estoy muy orgulloso de mi padre. Es curioso, pero mi madre y mi padre eran dos mentalidades completamente diferentes. Se conocieron en Madrid, mi madre servía de criada y mi padre, granadino, era ebanista. Se enamoraron y vinieron aquí porque había trabajo. Mi padre montó una pequeña carpintería en Egia y mi madre trabajaba como cigarrera. Mi padre era el anarquista de verdad y mi madre por adaptación, pero siempre con su espíritu crítico.
Cuando mi padre veía a algún desharrapado lo llevaba a comer a casa y mi madre debía poner muy mala cara porque constantemente llevaba gente a la que luego, además, le sermoneaba. A los que pedían dinero en la calle les decía: «No pidas, roba». Aquellos eran los consejos que daba. Mi madre me contaba que mi padre tenía sólo un libro de cabecera: «El Quijote». A las noches solía leer un trozo.
Y luego llega la partida al exilio hacia Burdeos en un mercante inglés también acosado...
Al llegar a Burdeos nos internaron en un campo de concentración rodeado con alambradas, donde fuimos fumigados. Estaba custodiado por soldados senegaleses. Eran altos, marciales, con gorros cónicos y pantalones cortos; paseaban con la bayoneta calada... Al tiempo nos repartieron según filiaciones: los anarquistas se quedaban en esa zona de Burdeos porque había familias anarquistas francesas, algunas de origen español, como la que nos acogió a nosotros. Yo no he visto familia más cariñosa que la que nos tocó. Solo tenían un defecto: eran muy besucones...
Luego, cuando los alemanes ocuparon Francia y apareció allá la Wehrmacht, mi madre hizo sus cálculos entre Franco o Hit-ler y optó por el mal menor y cruzó la frontera hacia este lado. Conseguimos llegar a San Sebastián. No sufrimos represalias.
Sospecho que lo de encararse a la autoridad le viene de pequeño... Ya en ejercicio como letrado, en 1964 un grupo de abogados -entre los que se en- contraba usted- arruinaron la carrera política del gobernador civil de Gipuzkoa con una querella por falsedad y detención ilegal...
Sí, era el gobernador Valencia Remón. Éramos un grupo de abogados, pero tomamos la iniciativa Miguel Castells y yo porque nos vinieron al despacho los familiares de unos detenidos por haber pasado de Francia algunos libros de Marx o de Lenin. Miguel y yo llegamos a la conclusión de que aquellas detenciones eran ilegales y presentamos la denuncia. Ellos intentaron justificar la detención falsificando una multa gubernativa, pero nosotros demostramos que era falsa y el asunto prosperó. Para echarle una mano, Franco le hizo procurador a Cortes y así pasaba la competencia al Tribunal Supremo, que después de darle muchas vueltas lo condenó. Franco anuló la sentencia, pero le fulminó la carrera política.
Tiene también algún otro mérito peculiar: posiblemente es usted el único vasco que llegó a amenazar al mismísimo comisario y torturador Melitón Manzanas en su propio despacho del Gobierno Civil...
[Risas] Detuvieron a un primo mío y lo tenía Melitón Manzanas, que ya tenía fama de torturador. Yo estaba con Fernando Múgica en el Orly y le dije: «Voy a ir a preguntar por mi primo». Me dijo que me acompañaba. Nos tomamos dos güisquis y nos fuimos a la comisaría. Nos recibió Melitón Manzanas, que era un completo paranoico. Le planteamos que ya habían pasado las horas contempladas en la Ley de Enjuiciamiento Criminal y que mi primo debía estar en la calle y no estaba. Entonces este hombre me dijo: «¿Me están amenazando?». Y yo, con los dos güisquis encima, le dije: «Sí señor, le estamos amenazando con la espada de la ley, que pende encima de su cabeza». Y para disimular, añadí: «Y de la de éste y de la mía»... [Risas]
Y según consta en sentencia, en otra ocasión también le devolvió un bofetón en comisaría al propio policía que lo había detenido. Eso sí que es un buen sarcasmo, señor Zarco...
Sí, sí... Fue en 1961. Puede sonar a fanfarronada pero tiene algo de rebeldía social y estoy muy orgulloso de aquello. Supongo, además, que pocos podrán decir lo mismo. El policía se llamaba Fraile Ávila, era inspector y además transportista. Tuvo una avería en el camión y fue a un taller de un condiscípulo mío, que me dijo que el policía no le pagaba. Yo le recomendé que le retuviera el camión, según el artículo 1600 del Código Penal. Usó ese argumento y el policía me la guardó.
Con motivo de otro caso, me detuvo un día en la calle, me llevó a comisaría, me rellenó la ficha y en ese momento me dio una bofetada. Y yo le di una bofetada mayor inmediatamente y me tiré al cuello a estrangularlo mientras él me pegaba puñetazos en el hígado. Nos separaron pero ya no me volvieron a tocar. Pasé la noche en la mazmorra y los policías de uniforme venían disimuladamente para ver al que le había dado una bofetada a un inspector con una cierta referencia de admiración.
Le puse una querella criminal por detención ilegal, lo condenaron y lo mandaron a Cartagena. Cuando se fue me dijo: «Volveré y te mataré».
Estoy absolutamente orgulloso de aquella bofetada, no por la fanfarronada sino por lo que tiene de autoafirmación y de rebelión social.
En 1968 conoce la cárcel, esta vez desde dentro, durante el estado de excepción en Gipuzkoa por la muerte de Melitón Manzanas...
Me encarcelaron pero no me dieron ningún motivo. En los estados de excepción te detienen sin necesidad de dar explicación; simplemente porque sí, porque pueden hacerlo... Estuve un mes en Martutene y luego cinco meses confinado en Albarracín [Teruel].
Usted formó parte también, en 1970, del equipo defensor en el Proceso de Burgos, paradigma de la estrategia de ruptura. ¿Una defensa convencional habría dado otro resultado para los procesados?
Solo hay dos tipos de estrategia en este tipo de procesos: la ruptura política o la defensa convencional. Los que decidieron que la estrategia debía ser de ruptura fueron los propios procesados, con la ayuda de tres abogados, que eran los más dinámicos y que marcaban la pauta: José Antonio Etxebarrieta, Juanmari Bandrés y Miguel Castells. Los demás nos plegamos a lo que planteaban y se hizo un juicio de ruptura con la proyección internacional que conocemos. Eso les salvó la vida.
Si se llega a incurrir en el error de que no hay que irritar a la fiera, mejor aplacarla, y hacer un juicio convencional, seguro que habrían fusilado a alguno de ellos. No se hizo con la finalidad práctica de salvarles la vida, se hizo por motivos políticos de otro alcance, pero al final resultó que se la salvó.
Siendo aquel proceso un referente histórico, llama la atención la variedad de caminos seguidos luego por los proce- sados y por los abogados. Buena parte se desplazó hacia espacios más confortables. Usted es de los que se quedaron en la posición que estaba...
En mi caso ha sido por mi individualismo... Los políticos son muy críticos con los individualistas; confunden individualismo con egoísmo o con cierto culto a la propia personalidad... Gustan los que toman partido hasta mancharse, como diría el poeta Celaya. Dentro de mis opciones de izquierdas, yo he ido siempre por libre, y eso significa que no puedes tomar partido ni puedes dedicarte a la política, ni tener prebendas ni tampoco sus inconvenientes. Siempre he funcionado por libre en la medida de mis posibilidades. Soy un francotirador.
¿Desde la toga de abogado se puede cambiar el estado de cosas del mundo?
Se puede influir... Los abogados tienen una publicidad, una voz, que puede ser una caja de resonancia. Salvo los de la Revolución Francesa, que eran abogados y revolucionarios, luego los abogados pueden ser de izquierda pero no son especialmente revolucionarios. El abogado es más bien un tipo burgués.
Más importantes que los abogados son los que se dedican a la política o a la clandestinidad y los que han sido detenidos. Pueden marcar más. Los abogados somos colaboradores. Pero los que verdaderamente marcan la historia son otros. En la Revolución Francesa sí eran todos abogados e iban a la guillotina si hacía falta. Ahora, a ser posible, no se va a la guillotina...
¿Por qué desconfía de la autoridad?
Porque la autoridad es poder y el poder corrompe. A mí me parece muy bien la presunción de inocencia referida a la ciudadanía, pero en el caso de los políticos profesionales -los que viven del ejercicio del poder- debería ser la presunción de culpabilidad.
Cuando cae alguno de esos chorizos defraudadores del PP o del PSOE con sus cohechos y esas cosas, lo primero que se le ocurre al político de turno es la presunción de inocencia... ¡Mucho cuidado con hacer una condena prematura! ¡No se olviden ustedes de la presunción de inocencia! Eso cuando les toca a ellos, porque cuando les toca a los otros... Yo le doy la vuelta. Si pudiera, convertiría para ellos la presunción de inocencia en culpabilidad.
Dijo usted: «Mientras la utopía anarquista siga siendo inalcanzable, los políticos profesionales son un mal necesario». ¿Todos los políticos profesionales son sospechosos?
No sé si es un mal necesario o un mal inevitable, que no es exactamente lo mismo. Está claro que el anarquismo es una utopía y, como tal, es una referencia, una estrella, hacia la que hay que tender. No vas a alcanzar esa utopía nunca, pero te sirve como referencia moral cuando tienes la duda de en qué dirección encaminarte. Sirve para orientarte.
Sobre los políticos actuales, habría que mirar con lupa. Algunos me caen mejor que otros, pero la verdad es que la mayoría me caen mal. Desconfío instintivamente. Bueno, la gente desconfía también... Es innegable que los políticos profesionales están muy desprestigiados.
Por otra parte, el poder corrompe, y no sólo corrompe sino que además vuelve inútiles e incompetentes a quienes lo ejercen; los hace más idiotas. Es lo más peligroso. Es mucho mejor un sinvergüenza listo que un sinvergüenza tonto... Los tontos son los seres más peligrosos si esa tontez se combina con el ejercicio del poder.
¿La clase política vasca está a la altura del reto actual de un cambio político profundo?
No, ninguna clase política lo está... Lo que importa y tiene auténtico peso es eso que se llama la opinión pública. Yo antes pensaba que era una tontería, no me lo creía, y se lo había leído incluso a Chomsky... Ahora me creo la fuerza de la opinión pública. Ha habido algunos precedentes históricos. En el Estado español está el caso del 11 de marzo. El PP iba de ganador y mintió diciendo que ETA era la autora del atentado, cuando la verdad es que aquello ocurrió como represalia por la increíble torpeza de Aznar y compañeros de meter a España en la guerra de Irak. Se vio que era una represalia islamista. Estaba cantado que tenían ganadas las elecciones, pero en 24 horas, por una opinión pública puesta en marcha a través de los sistemas modernos, le dan la vuelta y pierde Aznar. Eso demuestra que una opinión pública que tiene conciencia, si tiene un detonante suficiente, reacciona. Si no hay estos detonantes, generalmente suele ser absentista porque no cree en los partidos políticos.
¿La sociedad vasca es condescendiente con la clase política?
La ciudadanía vasca es de las más críticas del Estado. No creo, además, que esta ciudadanía propicie actitudes violentas; creo que tiene un gran sentido de la independencia intelectual y de su autoafirmación. Creo que la ciudadanía vasca tiene una personalidad fuerte y sabe ser enérgica.
Vascos... ¿Tiene arreglo lo nuestro?
No lo sé porque están haciendo todo lo posible para cargárselo... Por ahora, lo veo difícil. La autodeterminación es un derecho tan natural como el derecho de respirar, pero la postura del PP y del PSOE es clarísima desde el principio. Siguen siendo franquistas o posfranquistas con eso de la sagrada unidad...
Sobre lo de Sortu ya intuía que no lo iban a legalizar. Y así ha sido. Dentro de tres o cuatro años lo legalizará el Tribunal de Derechos Humanos [de Estrasburgo], pero por ahora no lo van a legalizar...
Por parte de los que controlan el poder del Estado hay un propósito claro y definido de no dejar autodeterminarse, y harán todo lo que haya que hacer para que eso no ocurra. Pero aquí existe tenacidad y, tal vez, nuestros hijos lo vean. De haber algo, será a través de Europa.