La épica se quedó esta vez en el cajón. El Real Madrid se llevó los tres puntos de San Mamés, endosando al Athletic su segunda derrota consecutiva como local, lo que puede dejar la batalla europea apretadísima, más aún, cuando concluya la jornada.

Si alguien necesitara un consuelo, podría pensar que los blancos tuvieron que teñirse de azul para llevarse el triunfo. Concretamente de azul mahón, el del currela de toda la vida.

Porque, bien como reacción al varapalo que sufrió ante el Sporting, porque el respeto que tiene Jose Mourinho al Athletic no desmerece del que pueda generar cualquier rival de los mejores, o porque, simplemente, la «cara B» del equipo merengue -Khedira y Benzema se quedaron en Madrid, y Carvalho, Marcelo, Xabi Alonso, Ozil y Cristiano Ronaldo siguieron el inicio del choque desde el banquillo- es así, pero lo cierto es que el Real Madrid que saltó a la Catedral supo trabajarse la victoria sin complejos, con contundencia y muchísima concentración del medio campo hacia atrás. La inspiración de sus atacantes hizo el resto.

O casi. Porque tampoco se puede obviar que la escuadra blanca se encontró con más facilidades de las que necesita. Empezando por el exceso de revoluciones con el que saltó el Athletic al campo y a las que no supo dar salida con la medida exacta prácticamente a lo largo de todo el choque.

A nadie se le escapa que casta y corazón acostumbran a ser factores básicos en los triunfos rojiblancos frente al Real Madrid, pero ni siquiera en ese caso son recomendables los excesos. Sobre todo cuando la buena disposición hace que el rival se convierta un muro en el que estrellarse una y otra vez, convirtiendo lo que debía ser intensidad en desesperación.

Algo así le pasó al Athletic, que lo intentó con muchas ganas, posiblemente demasiadas, pero al que tanta sangre en el corazón le dejó sin riego algo más arriba. Hubo, además, dos acciones puntuales con el suficiente peso como para dejar el partido sentenciado: el claro penalti de Iraizoz sobre Di María, que permitió a Kaká adelantar a los suyos cuando apenas se habían disputado 13 minutos y el ¿inocente?, ¿rigurosísimo?, ¿inexistente? que provocó el propio Di María ante Castillo nada más reiniciarse el choque.

Ahí entra en juego el tercer factor que tuvo a su favor el Real Madrid, el más clásico de todos, la actuación arbitral. Porque Clos Gómez acertó en el penalti de Iraizoz y puede escudarse en un exceso de rigor con el de Castillo, pero el doble rasero que exhibió a lo largo de toda la tarde acabó de apuntillar a un Athletic desquiciado.

Y la grada recuperó el no menos clásico «así, así gana el Madrid», con irónica ovación de Florentino Pérez incluída, y que acabó dejando paso a uno de los grandes hits de San Mamés, el «beti zurekin», cuando Cristiano Ronaldo apuntilló definitivamente a los bilbainos en la recta final del partido.

Hasta entonces habían pervivido las esperanzas. Pese al marcador, ya bastante claro, y a que el Athletic nunca se había sentido cómodo. Y a que sus ocasiones se pudieron contar con los dedos de la mano. Apenas existieron en el primer tiempo, que el Real Madrid pudo sentenciar con un par de escapadas de Di María y que por parte local se limitaron a un remate forzado de Gurpegi que acabó en córner y a un cabezazo de Llorente que Casillas despejó junto al larguero.

Algo más sereno compareció el equipo tras el descanso, pero la dinámica apenas varió. Ni la arbitral -Ramos debió haber visto la roja por un codazo a Muniain sin el balón en juego-, ni la del control del choque, que siguió en manos de los madridistas. Sendos remates de Toquero y Llorente reactivaron la esperanza y el gol de Cristiano Ronaldo la sepultó por completo.