CRíTICA CINE
«Nada que declarar»
Mikel INSAUSTI
La comicidad de «Nada que declarar» es la misma de «Bienvenidos al Norte», pero cambia bastante el trasfondo sociológico, porque los protagonistas de la nueva comedia de Dany Boon son policías de aduanas en lugar de carteros de pueblo. Y, aunque el autor quiera captar el espíritu del cine popular representado por la serie «El gendarme», homenajeando a la entrañable pareja cómica que formaban Louis de Funès y Michel Galabru, traiciona el espíritu ingenuista de aquellas películas de los años 60. No basta con la banda sonora evocadora de un Philippe Rombi menos inspirado que en «Potiche» para crear el efecto nostálgico, porque se trata más bien de una maniobra involucionista destinada a conectar con las tendencias más conservadoras del público actual. Del disputado provincianismo de «Bienvenidos al Norte» se pasa a rivalidades entre países francófonos, con la frontera como línea divisoria de odios vecinales llevados a su manifestación histérica dentro del contexto adverso de la unificación europea.
La principal objeción ideológica que hay que hacer a «Nada que declarar» es la caricatura del policía belga, un fascista despreciable al que se dota del carisma humorístico de Benoît Poelvoorde para que caiga bien al espectador. Es tan sexista, maltratador y xenófobo como Torrente, pero la diferencia está en que nos lo quieren presentar como una buena persona, lo cual resulta contraproducente. Los pecados le son perdonados al final gracias a que es católico y se confiesa, sin que sus maneras de pistolero, sus abusos de poder con los detenidos y con su propia hermana tengan castigo. Boon se inventa una guerra francobelga para luego colar un no menos falso mensaje conciliador, sirviéndose de la risa como chantaje, porque hay varias escenas en las que estalla la carcajada de forma irremediable. El tuneado del Cuatro Latas es el episodio más tronchante, pero es una pena que no se haya desarrollado más el divertido personaje del mecánico con pasado carcelario.