Victoria Mendoza | Psicoterapeuta
¿Quién perdona a quién?
Cada año sigo con mucho interés el Festival de Derechos Humanos que presenta el Ayuntamiento de Donostia ofreciendo películas con buenos directores y producciones, tratando temas de actualidad y de gran interés, y aun así sigue habiendo temas que muchos de nosotros echamos en falta, como por ejemplo el tema de la tortura y la dispersión en cárceles, así como otra gran lista de conculcaciones de derechos por parte del Estado español hacia Euskal Herria y un gran número de ciudadanos vascos.
En una de las tantas películas se habló de reconciliación entre partes enfrentadas y cómo Mandela pide que unos y otros se perdonen para poder reconciliarse y empezar una nueva vida.
Siempre he tenido resistencia a utilizar ciertos términos que, lejos de beneficiar o solucionar, pueden dificultar o impedir que una posible situación de diálogo o solución a un conflicto pueda darse. Nunca estaré de acuerdo en que se exija condenar una sola de las violencias cuando muchas otras violencias quedan sin condenar, por tanto no creo en la palabra «condenar», puesto que ha dado muchos motivos de conflicto y ha sido mal utilizada, manipulada, falsa e incompleta.
Otra palabra que no me gusta es la de «reconciliación», y no sólo por el hecho de tener una connotación religiosa, sino por ser un término poco práctico a la hora de comenzar un proceso de cambio, de diálogo o de pacificación en un conflicto. Lo mismo pasa con el término «perdonar», tener que pedir perdón o esperar a que uno venga a pedirte perdón es, además de necio, vanidoso y prepotente a la hora de querer resolver un conflicto.
Cuando una persona nos ha hecho daño, y sobre todo si es un daño físico, por supuesto que es importante que se admita la responsabilidad por parte de quien nos ha hecho daño, pero no podemos vivir toda la vida esperando el perdón o pensando en la venganza o ingenuamente creer que la reconciliación se da por obra y magia del Espíritu Santo.
Se trata de trabajar tu dolor física y mentalmente y, sobre todo, emocionalmente, dejarte sentir tu rabia, tu frustración, tu impotencia y avanzar al entendimiento; reflexionar y analizar de forma intelectual y racional qué pasó y por qué pasó, qué papel político e histórico nos tocó tener a una parte y a la otra parte, qué parte de responsabilidad tenemos para que no vuelva ocurrir; analizar además nuestro propio dolor, cómo lo llevamos, lo ocultamos, lo reprimimos, lo manifestamos, lo expresamos y qué deseos de venganza hemos acumulado, como de estancados estamos para no avanzar. Además de decidir qué hacer con tu dolor, cómo darle la vuelta a lo vivido, qué lección sacas, qué debes componer y recomponer, qué quieres reconducir y qué decides hacer para recuperar nuevamente tu vida. Si este trabajo terapéutico, emocional, intelectual, analítico y de toma de decisiones se hace adecuadamente, no habrá necesidad de perdón y reconciliación porque habremos entendido que lo único que interesa a las dos partes es que no haya más conflicto ni víctimas de ningún tipo, es decir, comprender que todos queremos lo mismo. Todos queremos vivir en paz.