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«El chiste aparece en el papel cuando quiere. Vive su vida. Yo me río con los míos»

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Antonio FRAGUAS, «FORGES» I Chistógrafo

Este mismo mes acaba de recibir el Premio Nacional español de las Bellas Artes, aunque él afirma que dibuja mal. Sin embargo, sus trazos son inconfundibles para muchos, porque lleva viñeteando periódicos de gran tirada desde 1964. A parte de este trabajo, el más visible, ha publicado numerosos volúmenes con su obra, nada menos que 25 libros. Acudió a Iruñea invitado por el Salón del Cómic.

Aritz INTXUSTA |

Forges clava la voz de Franco. Imita muy bien al dictador, a quien llegó a conocer por casualidad, cuando acudió al Pardo para arreglar un dispositivo electrónico. Él trabajaba entonces como técnico en TVE. Recuerda que Franco llevaba un traje a rayas marrones y blancas. Le pareció «un besugo puesto en pie». De su visita a aquel palacio recuerda también que no vio un solo libro y una enorme radio Telefunken con la aguja del dial fija en Berlín. Un lacayo del caudillo le explicó que el dictador escuchó en aquel aparato la muerte de Adolf Hitler. Al parecer, Franco se agarró tal rebote que jamás la volvió a encender.

Usted afirma que dibujar una viñeta es muy sencillo, que lo complicado es qué tema se deja fuera.

Mis viñetas en Oriente o en la India, no rascarían ni cáscara. Mal que bien, los que venimos de los griegos tenemos una serie de lugares comunes. Ponte que dibujo una mujer y un hombre en la cama, la mujer lleva rulos. ¡Ahí van un montón de datos! Pareja que lleva años casada, etcétera. Bueno, pues ahora te descoloco, voy a colocarlo de tal manera que todo eso se joda. Él le dice: «No vuelvo a salir de noche de fin de año. No me acuerdo de nada de lo que pasó a partir de la una de la madrugada. Por cierto, ¿dónde estamos?». Ella responde: «En Guantánamo». Eso es el humor, cambiar las convenciones. Los que nos dedicamos a esto día a día realmente lo que hacemos es un único cómic que se va alargando y alargando.

Si su cómic es tan largo como su vida laboral, ¿pueden distinguirse etapas?

Pues mira, creo que pienso que no. Eso lo notará más la persona ajena. Empecé en 1964, pero desde 1968 ya es muy difícil distinguir las viñetas, al menos por el tema. Hombre, te puedo decir a ojo de qué año es cada uno de mis dibujos. Puedo, pero por el trazo, porque depende de la pluma que utilizaba para dibujar. Ahora tengo esta, antes tenía una verde y antes otra y otra Eso sí, todas las plumas de émbolo. Las otras son un coñazo. Tinta siempre uso la misma. La mezclo yo. El papel, satinado.

¿Echa de menos alguna viñeta que se quedó en el tintero?

Lo que echo en falta es tiempo. Soy de los que creen que se pueden hacer dibujos de humor perfectos, aunque yo jamás lo consiga. Todo depende del número de neuronas que puedas aplicar a un dibujo. Eso lleva tiempo. Las neuronas forman una escalera que te llevan al humor al final. El humor no tiene que ser gracioso, sino una forma de ver la vida con cierto ángulo de inclinación en la cabeza.

Casi comparte página con Andrés Rábago, «El Roto». Dos filosofías diferentes... y ¿opuestas?

El humor tiene muchas facetas. Andrés, para mí, es un sátiro. Yo soy un chistógrafo. La forma de ver la realidad de Andrés me fascina. Sus contenidos son muy distintos. Yo siempre intento poner... no sé. La palabra esperanza no me gusta nada y no es culpa de Esperanza Aguirre. Es decir, sí que me gusta que quede un poco de «bueno, vamos a ver qué pasa». Andrés es más radical, no da esperanza.

Más que esperanza, yo veo en usted una apuesta por reflejar el ridículo.

A la gente insolidaria en general, al político chorizo, al machista violento, está demostrado que el miedo al ridículo es lo único que les puede hacer cambiar. La amenaza de un golpe de porra en la cabeza o de una pulsera para que no pueda acercarse a su mujer puede resultar menos efectiva que este miedo al ridículo.

Usted ha llegado a crear un mundo imaginario, lleno de claves. ¿Qué tiene de real?

Mira yo no sé cómo se hace. Me levanto temprano, me ducho, oigo la radio y leo el periódico. De repente me doy cuenta que estoy sentado con una hoja en blanco delante. Me llaman primero mis hijos, luego mi mujer, que me manda a hacer recados y a que suba el pan. Vuelvo a sentarme y, vaya, que está el chiste. El chiste vive su vida y, ¡pam!, aparece en el papel cuando quiere, como si ya existiera de antes. Te confieso que cuando leo un chiste hecho por mí, a veces, la viñeta me sorprende y me río. Pasa habitualmente. Al oír mi risa, mi mujer solía decir a mis hijos: «Ya está tu padre leyendo «El Quijote» o leyendo un chiste suyo».

Me parece mal cerrar la entrevista sin acordarnos de Haití.

A mí también. No hay que olvidarse de Haití. ¿Recuerdas quién ganó las elecciones?

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