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DERBI EN SAN MAMÉS Los entrenadores

Banquillos con incógnita

Joaquín Caparrós y Martín Lasarte se ven las caras por primera vez en San Mamés, en lo que podría ser su último derbi. El futuro del utrerano pasa por la cita electoral; al txuriurdin le resta un año de contrato, pero ha sido muy cuestionado en las últimas jornadas.

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Amaia U. LASAGABASTER

Poco suelen tener que ver sus sueldos con los del común de los mortales, pero sí hay algo que los entrenadores comparten con la mayoría de los currelas, su precariedad laboral. No hay puesto en el que resulte más complicado hacer planes de futuro. Tampoco cuerda más fácil de cortar cuando las cosas no marchan bien.

Cosa que ni siquiera es imprescindible. A seis jornadas de que concluya la Liga, el Athletic ocupa la quinta plaza y tiene en su mano clasificarse para competir en Europa vía liguera por primera vez en siete años. La Real, lejos de las penurias habituales de los recién ascendidos, está a un paso de sellar la permanencia en Primera. Situaciones, en definitiva, que se habrían firmado sin dudarlo, a uno y otro lado de la A8, cuando arrancó la temporada. Y, sin embargo, no está nada claro que los entrenadores puedan disfrutar de esos logros en sus actuales banquillos.

Joaquín Caparrós y Martín Lasarte se enfrentarán por primera vez en San Mamés y puede que también sea la última. Porque ambos tienen algo más en común que su deseo de ganar el derbi: el signo de interrogación que pende sobre sus cabezas. El primero acaba contrato y su futuro pasa, no sólo por la plaza en la que acabe el equipo, sino también por la próxima cita con las urnas de los socios rojiblancos. Al segundo le resta aún una temporada sobre el papel como técnico realista, pero ha habido demasiados dedos apuntándole en las últimas jornadas como para descartar por completo que en verano haga las maletas.

Joaquín Caparrós (Utrera, 1955) desembarcó en el Athletic en verano de 2007 de la mano de Fernando García Macua. Su experiencia en el Sevilla -al que no sólo devolvió a Primera, sino que asentó en la élite-, donde se convirtió en uno de los valedores de la cantera, le hacía parecer un técnico idóneo para el club rojiblanco, aunque desde A Coruña, donde entrenó las dos temporadas previas a su llegada a Bilbo, también advertían de algunos peros, como el fútbol poco atractivo de sus equipos o la tendencia del andaluz a colgarse medallas al hacer debutar a jóvenes para los que después no hubo continuidad.

Reproches que, efectivamente, y con mayor o menor intensidad a expensas de la situación del equipo, se han reproducido durante su estancia en el banquillo rojiblanco. En realidad, estas cuatro temporadas han venido a dar la razón a esos precedentes, positivos y negativos.

Caparrós es un entrenador eminentemente resultadista -el «déjate de imagen... la clasificación, amigo» que espetó a un periodista tras el bodrio de El Sadar resulta bastante elocuente-, aunque ello suponga sacrificar la diversión del aficionado. El patadón, casi omnipresente a lo largo de estos cuatro años, le ha costado numerosos detractores, que ven en la plantilla actual mimbres suficientes para un juego más sugerente.

Pero tampoco faltan partidarios del técnico, que recuerdan que, desde su llegada, los apuros del famoso «bienio negro» han ido cediendo el testigo a objetivos bien diferentes. La permanencia se logró con cierta holgura en la primera temporada de Caparrós en el banquillo; hubo que esperar algo más en la segunda, pero a cambio la afición rojiblanca volvió a disfrutar de una final de Copa tras un cuarto de siglo de sequía; y el objetivo europeo se esfumó en las dos últimas jornadas el pasado año, cuando el equipo, tras alternar tres competiciones, llegó a la recta final prácticamente sin gasolina.

Esta vez no vale esa excusa. Peleando casi exclusivamente en Liga, sólo los internacionales han tenido un desgaste extra en los últimos meses. Lo que en temporadas anteriores era una ilusión, se ha convertido prácticamente en una exigencia.

Entre otras cosas porque éste es el equipo «de» Caparrós, en el que ha trabajado durante cuatro años. Un equipo en el que, haciendo buena su fama, ha asentado a jugadores como Susaeta, Muniain, San José, Ekiza o incluso Llorente, al que dio la confianza definitiva y con el que entrenan habitualmente chavales de categorías inferiores a los que sigue muy de cerca; pero con el que, confirmando también su no tan buena fama, ha hecho debutar a una treintena de futbolistas de los que, prácticamente la mitad, ni siquiera pertenece hoy a la plantilla.

De todas formas, no será su trabajo con la cantera el que decida su futuro. Más allá de los cantos de sirena que puedan llegar desde otros equipos, el destino de Caparrós parece unido a la plaza que ocupe el equipo a final de temporada y a la continuidad de Macua. Si el equipo acaba en Europa, la renovación del técnico será una de las bazas electorales en que se apoye el presidente. Si tampoco esta vez hay billete continental, es probable que a Macua, pese a que siempre ha mostrado su confianza en el andaluz, también le entren las dudas.

Idilio roto

Como las que parecen haber rondado la cabeza de Jokin Aperribay en las últimas jornadas. Casi un año después de haber devuelto a la Real a Primera, Martín Lasarte (Montevideo, 1961) ha estado a punto de hacer las maletas como consecuencia de una pésima racha -un punto en siete jornadas, incluyendo cinco derrotas consecutivas- que ha devuelto a la familia txuriurdin una sensación de vértigo que parecía olvidada. Y que le ha valido al técnico recibir más críticas en los dos últimos meses que en los 18 anteriores. Hasta ahora habían sido mínimas o directamente inexistentes. Y no es de extrañar.

Tras dos años en el pozo de Segunda, la Real sorprendió en junio de 2009 con el fichaje del uruguayo, del que prácticamente sólo se conocía su descendencia guipuzcoana y su paso por el Deportivo. Como técnico, su experiencia se limitaba a equipos uruguayos, en los que ya había demostrado su buena relación con el trabajo de cantera. Fue uno de los factores que decantó al club, al que su precaria situación económica forzaba a mirar a Zubieta de manera casi exclusiva, y al que efectivamente se amoldó Lasarte.

La vuelta a los orígenes, el descubrimiento de nuevos talentos, el carácter del técnico reflejado en un equipo motivado e intenso convenció de inmediato a la parroquia txuriurdin. Sobre todo porque el hombre del «machete», a fin de cuentas es fútbol profesional, llegó y besó el santo: en su primera campaña y con una trayectoria sin apenas altibajos, pese a la irregularidad del equipo como visitante, consiguió el ascenso, con primer puesto incluido.

El idilio se prolongó en los primeros meses de vuelta en la élite, con la Real codeándose en algunas fases con los mejores de la Liga. Hasta que la magia ha desaparecido. Cinco derrotas consecutivas y el temor a una recta final repleta de angustia se han encontrado, además, con un Lasarte al que le ha costado responder a la situación. Lo que no ha hecho sino redoblar las críticas hacia un técnico al que se ha tachado de previsible e inmovilista, acusándole de no haber sabido administrar la plantilla, lo que ha provocado que muchos jugadores hayan llegado a esta recta final sin gasolina.

El triunfo ante el Sporting ha calmado la situación y el papel firmado le confirma en el puesto por una temporada más, pero tras la tempestad de las últimas jornadas ha quedado la impresión de que el técnico no ha terminado de encajar con agrado ciertas actitudes. En su caso, la respuesta a la incógnita la pueden tener tanto los resultados como las sensaciones.

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