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Victoria Saavedra | Agrupación de familiares de ejecutados políticos de Calama, Chile

«Somos un estorbo para los gobiernos por pedir la verdad»

El golpe de Estado de Augusto Pinochet le cambió la vida. Su hermano, José Saavedra, fue arrestado, torturado, encarcelado y ejecutado junto a 25 detenidos en la llamada Caravana de la Muerte, que recorrió el norte y sur de Chile dejando un saldo de 96 muertos. El Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia le brindó la oportunidad de denunciar este oscuro episodio de la represión.

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Ainara LERTXUNDI | DONOSTIA

La detención y ejecución de su hermano en octubre de 1973, un mes después del golpe de Estado de Augusto Pinochet, cambió la vida de Victoria Saavedra. Tuvo que hacer frente a las mentiras de los militares, al aislamiento de sus vecinos y com- pañeros de trabajo y al dolor de no saber qué había pasado con su hermano, fusilado junto a otros 25 presos. En su búsqueda se encontró con otras mujeres que sentían lo mismo que ella. De esa unión nació la Agrupación de Familiares de Ejecutados y Detenidos Desaparecidos Políticos de Calama. Con voz pausada, a veces entrecortada, y la foto de Pepe en la solapa, rememora para GARA esta trágica experiencia.

La Caravana de la Muerte, encabezada por el general Sergio Arellano, dejó tras de sí muerte y desolación. En Calama, fusilaron a 26 presos políticos, entre ellos, su hermano. ¿Qué secuelas dejó la represión?

Los familiares éramos muy fáciles de identificar, lo que produjo un aislamiento por parte de la sociedad. Tuve que vivir mi pena en soledad. En mi trabajo, por ejemplo, solíamos comer juntos. Cuando ocurrió lo de mi hermano, todos mis compañeros se cambiaron de mesa. Desde ese día, comí sola en la oficina. En 1975, nos tuvimos que cambiar de casa porque mis hijos no tenían con quien jugar. Los vecinos no querían que sus hijos jugasen con los míos porque eran «los sobrinos de... ». Incluso un tío mío me pidió que no revelara nuestro parentesco para no comprometerlo. Deseaba que alguien me dijera «cuéntame», pero nadie lo hacía.

Cuando vio a su hermano en comisaría no lo reconoció. Fue sentenciado a 541 días de prisión en un lugar apartado del sur del país, pero nunca llegó.

Lo vimos por última vez el 17 de octubre. Mi hermano había pedido una tarta para celebrar ese último día. Nos juntamos unas 15 personas. Días después, nos dijeron que en el camino a Antofagasta se habían sublevado y que, por ello, habían tenido que disparar y los habían matado. Dijeron que los habían enterrado en el camino y que no nos los podían entregar por problemas sanitarios hasta un año después. Al cabo de ese tiempo fuimos a preguntar y nadie sabía nada. Ahí empezó nuestra búsqueda. Hablamos con el cuidador del cementerio -los fusilaron en un cerro cercano- que afirmó haber visto y escuchado una ráfaga de metralleta.

La mayoría de los restos siguen desaparecidos. Incluso fueron desenterrados de la fosa donde estaban para que no pudieran ser encontrados. Según el Ejército, fueron arrojados al mar.

En una ocasión nos informaron sobre un testigo que había estado en el enterramiento. Cuando llegamos al lugar, encontramos pedazos pequeños de huesos. Dos días antes de llegar a la fosa, se acercó una persona y me dio un saco para que lo entregara en el tribunal cuando pusiéramos la denuncia. Echaba un olor espantoso. Al abrirlo, vi un zapato con un pie adentro que aún conservaba el calcetín, de color granate. Era el zapato de mi hermano. Esa noche me levanté, cogí el zapato, me senté junto a él y lo estuve acariciando en medio de mi dolor. Lo tuve tres noches en mi casa.

Las mujeres de Calama se convertieron en arqueólogas a la fuerza. ¿Cómo ha sido su búsqueda por el desierto?

En dos ocasiones me perdí con mi amiga y compañera de lucha Violeta Berrios -que junto a Victoria protagoniza el documental «Nostalgia de la luz», de Patricio Guzmán-. Tuvimos que esperar a que cayera el sol para guiarnos y regresar a Calama. Desde ese momento, siempre llevaba una mochila con agua, chocolate y bolsas de colores para marcar el camino. Recuerdo que al principio usábamos palas muy pesadas y grandes para excavar, cuando en realidad los arqueólogos emplean palas pequeñas. Así fuimos aprendiendo.

¿En qué punto están los procesos contra los represores?

Están estancados. Además, los pocos imputados o condenados están en cárceles VIP. Sólo algunos militares de menor grado o sin responsabilidades directas han colaborado en cierta manera. Se ha perdido mucho tiempo y tanto con éste como con gobiernos anteriores sentimos que seguimos siendo un estorbo y un escollo por reclamar verdad y justicia.

Usted escribió un libro para dar a conocer lo ocurrido.

Fue como mi terapia. Todo lo que no había llorado hasta entonces lo lloré escribiendo el libro, que no lo había vuelto a leer hasta mi viaje a aquí.

Cuando se lo llevó al alcalde de Calama para que lo distribuyera en los colegios se negó.

Me dijo que no quería meter política en las aulas. Le contesté que los derechos humanos no son política, que mi única política ha sido la denuncia de las vulneraciones y que no me dijera que hablo de política.

 

señalamiento

«Los vecinos no querían que sus hijos jugasen con los míos porque eran `los sobrinos de... '. Incluso un tío mío me pidió que no revelara nuestro parentesco»

búsqueda

«Dos veces nos perdimos en el desierto. A partir de ese momento, siempre llevaba agua, chocolate y bolsas de colores para marcar el camino»

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