El aldabonazo electoral de los Verdaderos Finlandeses confirma el repunte de los movimientos neopopulistas de derecha en estos tiempos de zozobra general en Europa.

Y digo repunte, porque la historia europea confirma que no estamos ante un fenómeno nuevo sino ante la actualización de un discurso en su día triunfante en muchas sociedades europeas (Mussolini, Hitler, Petain...)

La elección del término neopopulismo frente a otros más contundentes como extrema derecha tampoco es un intento de quitarle hierro. Al contrario, alerta del peligro de estos movimientos que, con un mensaje fácil de asimilar -Finlandia para los finlandeses-, a la vez que adecuado a los tiempos, tienen abono en escenarios convulsos como los actuales. Y también permite comprender mejor las diferencias y la complejidad de estas expresiones políticas sin caer en tópicos que sólo sirven para reforzar el estatus quo.

Porque no hay que ovidar que estamos ante unos movimientos equiparables a anticuerpos generados por el propio sistema para su supervivencia. La derecha ha sido y es, al mismo tiempo, la gran culpable tanto de la crisis como de las medidas draconianas impuestas, mienten, para superarla. Qué mejor para ella que permitir que la ira popular se vehicule a través de unos movimientos que, en el fondo, no hacen sino alimentar su discurso.

El problema no lo tiene la derecha en sus distintas expresiones. El problema es de la izquierda, que sigue in albis. Atrapada entre la abierta complicidad socialdemócrata con el sistema y la imposibilidad de articular un discurso y una práctica política alternativos, lejos de la demagogia pero directa. Al corazón y al bolsillo de la gente.