Quizá no seamos tan diferentes los unos de los otros cuando nacemos. Precisamente reflexionando acerca de la cuestión es probable que haya surgido «Bebés», un documental en el que Thomas Balmes se sumerge en las historias de cuatro bebés observándoles con su cámara, de cerca, casi tratando de mostrarse a sí mismo a través de ellos. Cuatro bebes, sus respectivas familias, su entorno cultural y las dificultades y maravillosos sucesos de sus primeros momentos vitales. Ponijao vive en Opuwo Namibia. Su tribu, los Himba, necesita poco para sobrevivir; en cambio, el ambiente hipertecnológico de Tokio en el que se ha desenvolver la hija de una diseñadora japonesa llamada Mari satura de estímulos a la niña. En Mongolia habita Bayarjargal, en Bayanchandmani, y sus cabras beben el agua de su improvisada bañera. Mientras, en San Francisco, Hattie vive rodeada de comodidades y seguridades.

Cuatro historias de vida y un detallista trabajo de observación que, al parecer, han dejado huella en el realizador francés. Balmes, padre de tres hijos, cuenta que, mientras trabajaba en el proyecto, la capacidad creativa de los bebés de Mongolia y Namibia le dejaban boquiabierto: «Son capaces de divertirse con un rollo de papel higiénico, con el viento en la cara, observando moscas durante toda la tarde. Me gustaría que mis hijos tuvieran eso». Al margen de las discusiones que puedan surgir en torno a las ideas que subyacen en la cinta, las imágenes de «Bebés», además de tiernas, nos hacen olvidar el lado menos gratificante de la vida. El documental que se estrena la semana que viene, es una pausa, un bálsamo, un respiro ante tanta desolación, algo de esperanza capturada por las cámaras.