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Ainara Lertxundi Periodista

La deuda de la UE con Lampedusa

Lampedusa vuelve a ser noticia. Esta isla italiana, situada a 205 kilómetros de Sicilia y a 103 de Túnez, se ha convertido para vergüenza de todos en el calvario de miles y miles de inmigrantes. Llegan casi a diario con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Pero, la realidad es otra. En Lampedusa no les aguarda un permiso de residencia que ampare en cierta medida su estancia, ni tampoco el estatus de refugiado político que impida su repatriación al campo de batalla o un empleo digno que les sacie el hambre. Lo único que les espera es un centro de internamiento saturado, una población local hastiada de la actitud de los políticos y unos gobernantes deseosos de deshacerse del «problema» con deportaciones y expulsiones masivas.

Las aguas de Lampedusa están teñidas de sangre, dolor y sufrimiento. Simbolizan una de las mayores vergüenzas de la Unión Europea, de la OTAN y de la comunidad internacional. El 6 de abril, 250 personas procedentes de Somalia, Eritrea, Chad, Nigeria, Sudán, Costa de Marfil y Bangladesh murieron tras el naufragio de la barca en la que viajaban 300 inmigrantes. Un mes después, el hambre y la sed se cobraban la vida de otras 61 personas. Sólo 11 pudieron salvarse, aunque dos fallecieron días después. Nadie hizo caso a sus llamadas de auxilio. Las unidades de la OTAN desplegadas en la zona para atacar a Gadafi les dejaron morir de la manera más cruel.

Estas tragedias vienen sucediéndose periódicamente desde hace años. El 24 de diciembre de 1996, por ejemplo, cerca de 300 inmigrantes se ahogaron entre Malta y Lampedusa. El 20 de agosto de 2009, 73 eritreos fallecieron por agotamiento intentando alcanzar a nado las costas de Lampedusa.

Los bombardeos de la OTAN sobre Libia han agravado aún más la situación y la desesperación de estas personas. El ministro de Interior italiano, Roberto Maroni, ha reconocido que mientras «dure la guerra, llegarán refugiados».

La UE tiene, por tanto, una deuda pendiente con estas personas, a quienes cierra sus fronteras y niega el auxilio de manera indigna y vergonzante.

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