Floren Aoiz Historiador
Vuelve a ser tiempo de cerezas
Primavera en Euskal Herria. Más de 300.000 corazones latiendo al unísono han interpretado la más hermosa de las sinfonías. Para los nacionalistas españoles, un ruido atronador, para la sociedad vasca, ritmos que invitan a participar, a bailar, a cantar. Vuelve a ser tiempo de cerezas.
Cuando las colectividades humanas se enfrentan al desafío de sobrevivir en situaciones prácticamente insostenibles, es tiempo de milagros. No hay manuales para estos casos. Nadie escribió jamás el tratado perfecto para la liberación de los pueblos. Las naciones no vienen con libro de instrucciones. Ni siquiera google que todo lo ve y (casi) todo lo indexa puede ofrecer soluciones mágicas.
Y, sin embargo, la solución está en la magia. La piedra filosofal, el santo grial, la poción mágica, está a la vista de todo el mundo. De hecho es uno de los atributos más importantes de nuestra -a pesar de todos los pesares- maravillosa especie humana. Hablo de la solidaridad, de la ilusión y de la esperanza, pero también de la determinación de hacer frente a la adversidad, de resistir, de arriesgar, de comprometerse y unir fuerzas. Hablo de la subjetividad, de la voluntad.
La voluntad hace milagros. Derrumba muros. Disipa nubarrones. Funde bloques de hielo. Permite saltar abismos, eludir precipicios, unir manos, comunicar corazones y hacerlos latir coordinadamente. Contra la voluntad se estrella hasta la más brutal de las represiones. La voluntad empuja a saltar sobre las diferencias, las rencillas y los enfretamientos para crear nuevas complicidades, para sumar más voluntades.
No se trata, claro está, sólo de voluntad. Es preciso orientarla debidamente. Hay que conocer la realidad, establecer estrategias, diseñar formas de unir y hacer eficaces las voluntades. La voluntad se trasmite mediante eso que llamamos comunicación, que es, en definitiva, su lenguaje.
Hay en juego mucho más que voluntad. Pero cuando se logra encenderla, cuando la chispa prende, cuando las voluntades estallan y vuelan en búsqueda de más voluntades, el milagro es posible.
Esta vez el milagro se ha llamado Bildu. Y prodigioso se nos ha mostrado, ciertamente, el invento. Este pueblo ha creado Bildu porque lo necesitaba. Porque era lo que ahora había que inventar, porque era necesario sumar voluntades en torno a una estrategia hacia la independencia y un nuevo modelo económico y social. Porque es momento de abrir, aunque la voluntad de los nacionalistas españoles y franceses sea otra, un tiempo de paz, cambios y soluciones.
Los resultados de Bildu evidencian la fuerza del independentismo de izquierdas y su capacidad para generar adhesiones sumando nuevos espacios sociales. Hace escasas semanas Bildu ni siquiera sabía si podría concurrir legalmente a las elecciones, ha tenido que hacer campaña sin contar con más de cuarenta mil posibles candidatas y candidatos (más que los votos cosechados por Aralar, ojo al dato). Bildu ha sido vigilada con lupa, perseguida, amenazada, difamada y sometida a una gigantesca operación de desprestigio. Pero ha logrado unos resultados históricos.
Los datos son muy clarificadores. La preocupación del nacionalismo español y el PNV, también. Nada será igual tras este 22-M. La sociedad ha colocado a Bildu en una posición determinante. Le ha dado una responsabilidad decisiva en el futuro de este país. Pero, además, el pueblo vasco ha dado a Bildu la tarea de gobernar en ayuntamientos y otras instituciones, para ponerlas al servicio del cambio, para ventilarlas, hacer frente a la corrupción y ponerlas al servicio de la mayoría social. Esa es la voz del pueblo y quienes se llenan la boca con alabanzas a la democracia deben respetarla. No se trata de reclamar parte del pastel, porque Bildu no ha llegado para ser una formación política más, sino para hacer otra política. Esa es la tarea que le han encomendado más de 300.000 personas y nadie tiene derecho a impedírselo.
Todos y cada uno de los agentes con responsabilidades van a tener que adecuarse a la nueva situación. Rubalcaba tendrá, más tarde que temprano, que asumir el desastre, aunque lo haga tejiendo un nuevo relato para caer como los gatos y él siempre hacen, de pie.
El estado, en el clima de división que han evidenciado los tribunales Supremo y Constitucional, tendrá que reconstruir su agenda, tantas veces rota en los últimos tiempos. Frente a Rajoy, cada vez más cerca de la Moncloa, se alzaba una multitud enfervorizada que gritaba «Bildu fuera», pero él no quiso entrar al trapo. El tiempo nos dirá qué había tras esta actitud, como nos dirá en qué queda el pulso que ha lanzado (y perdido) la caverna a la dirección del PP con esa fallida «rebelión cívica» contra ETA, limitada a una pequeña concentración en Madrid que recordaba más a los nostálgicos de la Plaza de oriente los 20 de noviembre que a una supuesta emergente movilización social a favor de las «víctimas».
PSOE, PP y los poderes del estado se resistirán al cambio, pero sus posibilidades de impedirlo se han reducido notablemente. Hoy son más débiles que hace una semana. Y aunque no lo reconocerán fácilmente, lo saben. La crisis de estado sigue profundizándose y las movilizaciones del 15-M y días posteriores han demostrado el desgaste social de la «democracia española», aunque no hayan tenido un reflejo destacado en el ámbito electoral. La evolución futura de estas protestas es una incógnita, pero es destacable que se estén desatando fuerzas hasta ahora contenidas.
En el panorama vasco, los resultados colocan en la agenda con mayor fuerza que nunca el fin del apartheid y la plena democratización de todas las instituciones, comenzando por el fin del Gobierno López, construido sobre la violación de los derechos de muchos miles de personas. Y exijen de todos compromisos para que lo que hasta ahora es una iniciativa unilateral pase a ser un auténtico proceso democrático que permita a la ciudadanía vasca decidir libremente entre todas las opciones. La gente ha votado proceso y nadie puede ni debe defraudar estas expectativas.
El proyecto nacional vasco ha resultado nuevamente reforzado y la tendencia independentista es la emergente frente al estancamiento o retroceso del resto. El PNV se enfrenta a una complicada situación, rehén de sus propias llamadas a la unión de fuerzas abertzales en Gipuzkoa y obligado en todo el país a elegir entre Bildu o el españolismo.
Nafarroa Bai 2011, que pierde más del 30% de los votos logrados en 2007, conserva su protagonismo en Iruñea, donde Bildu, que avanza con respecto a ANV, no logra acercarse a los resultados de Uxue Barkos.
Nafarroa Bai 2011 aparece como una entente de futuro dudoso entre una persona con gran tirón, el partido hundido de Zabaleta y unos jeltzales que necesitan la máscara de la coalición para no evidenciar su debilidad social. La hora feliz de Nabai ha pasado y el fortalecimiento de Bildu les va a obligar a resituarse, algo difícil en el plano estratégico, dadas las divergencias entre sus componentes.
Está por ver si se reeditará el pacto UPN-PSOE, clave en la política navarra de los últimos años. Con Bildu en el Parlamento y la exigencia de dar pasos en la recomposición del jarrón roto sobre la mesa, todo va a ser diferente. En definitiva, gana Euskal Herria y ganan quienes arriesgan, suman, construyen y asumen compromisos. Gana la audacia y pierde la arrogancia. Bildu es, sin duda, la gran noticia, la gran fuerza emergente. Es el tiempo de Bildu y es, sobre todo, el tiempo de las cerezas, de la esperanza, de la ilusión, y en esta aventura hacia la libertad nadie sobra y todos tenemos algo que decir y mucho que hacer.
Al otro lado de las celebraciones y las resacas aparece el reto de gestionar la victoria y lograr nuevas mayorías, para construir nuevos escenarios. La prueba está superada. Seguro que en las prisiones y en el exilio mucha gente ha vivido también un momento mágico. Ellas y ellos están también en el horizonte, porque tenemos que traerlas a su casa, a Euskal Herria, por fin libres en un pueblo libre.