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Antonio Alvarez-Solís Periodista

La paz desapacible

No; Bildu no es ETA, Sortu no es ETA, Batasuna no es ETA. Trescientos quince mil vascos han votado libertad y paz para compartirlas precisamente con quienes se las niegan. Vascos que no aman la violencia aunque les estén acosando con ella. ¿Quién, pues, proyecta ahora el miedo sobre Euskal Herria? ¿Quién insiste, una y otra vez, en asegurar futuras jornadas negras para los que han salido triunfantes en las urnas? ¿Quién enciende la cruz llameante?

Muchos españoles, demasiados españoles, no quieren reconocer la realidad de un pueblo que pretende serlo con todo vigor en el marco de una paz amplia.

La paz no consiste sólo en volver imposibles las armas. La paz requiere otras aportaciones más profundas. Es un marco de concordia. No de rendición, sino de concordia. Para que haya paz es preciso que las ideas circulen en un permanente discurso intelectual en el que esas ideas se alimenten de sosiego ¿Por qué España, la España de esos españoles, se niega siglo tras siglo a practicar ese discurso intelectual por cuyo cauce llegan todas las innovaciones, se anudan los compromisos y se ilumina el horizonte de la convivencia? ¿Por qué la España de esos españoles -ha habido otras Españas nobles y esforzadas, despedazadas secularmente por la furia que nace, creo, del miedo a perder la única voz que al parecer se posee-; repito, por qué la España de esos españoles requiere siempre la sumisión en quien le habla, el silencio de quien la convoca a asamblea, la guerra hacia los que no quieren sino vivir en el recaudo de su ser para edificar su hogar? Hogar, sí, hogar. ¿Todo ha de ser grito en esa España que ulula como si en cada amanecer apareciese el lobo?

Una comunidad nacional, en este caso la comunidad española, no puede vivir, si de verdad aspira a la vida, con un «¡Santiago y cierra, España!», con el «Todo por la patria», con el «¡A mi la Legión!». A la patria se la honra con la práctica constante de la reflexión, abismándose en caminos creadores de palabras que porten la semilla de una existencia rica. Palabras que sean algo más que un guirigay clamoroso ¡Diablos, que insistencia más tosca en pensar con ira bélica en el sencillo hecho de que los demás también piensan! Pues claro que piensan.

Una sociedad como la europea, que mamó Filosofía de Grecia y Derecho de Roma, no puede renunciar a ambas cosas sin desintegrarse. La duda estriba ahora, esta es la realidad, en aclarar si se está desintegrando. O reconstruyendo. En cualquier caso hay que cabalgar la ola. Hay que rellenar los espacios oscuros de democracia y libertad.

Democracia y libertad. Andan tanto los corifeos del Partido Popular, tan poblado de caudillajes y otras plantas parasitarias jamás repudiadas, como los responsables de las asociaciones que dedican su vida a los muertos -como si los muertos no necesitaran vida y hubiera que darles ya por definitivamente muertos- pidiendo que se ejecute en plaza pública, con jueces revestidos y sacerdotes orantes, a quienes han llegado ahora a la política para ampliarla de paisaje, haciendo el ejercicio espiritual de la paz.

Dicen quienes pretenden imponer, con el concurso y la violencia de leyes maliciosas, esa dinámica reduccionista, que los muertos exigen venganza perpetua ¡Pobres muertos, con cuya sangre no se quiere regar la paz, como la historia sensata y vital ha hecho a través de los siglos!

Toquemos suelo con ambos pies y añadamos la cabeza al aterrizaje. ¿Quién podría sostener pacíficamente un estado si no lo proyecta hacia un futuro de acuerdos y convenciones? Repasen la historia quienes insisten ahora en la invasión del espíritu ajeno a fin de lograr no la justicia sino la destructiva sumisión. A lo largo de la historia, la paz, es decir, el encuentro en la concordia, no se logró jamás prolongando la ruda mística de la muerte sino procediendo con jocundidad, con visión apacible. En ese marco cada cual orará por sus muertos que pasarán a ser muertos de todos, memoria viva para no repetir la sangre ¿Acaso lograr tan benéfica situación social no exige urgentemente que se provea a la ciudadanía, a toda la ciudadanía, del lenguaje amistoso de la libertad?

Han rechinado los dientes quienes huelen a poder instalado y han renacido las promesas de reclusión no sólo para quienes han manejado las armas sino para toda la sociedad que etnológicamente lleva su sangre. Se exige que el hermano condene al hermano, el padre al hijo y el vecino al vecino. No basta con que el hermano, el padre o el vecino de quien decidió alistarse en una lucha de la que hablarán con más entendimiento los historiadores, proceda a proclamar el espíritu de la no violencia, sino que hace falta que se desgarren íntimamente hasta destruirse como seres humanos. ¿Hablamos de paz? ¿Pero qué ha de entenderse por paz? ¿La tortura continuada?

Si en las próximas elecciones triunfa con fuerza suficiente el Partido Popular -¿por qué definirse como popular?- habrá de meditar profundamente esa anunciada regresión a las ilegalizaciones en masa de un partido independentista.

La Europa de los Estados y de las instituciones está ya demasiado fracturada en su interior para añadir a su alforja de ideales incumplidos el peso de una represión que añadiría un relevante dato más a su política xenófoba, en este caso a una xenofobia dirigida contra la nación vasca. España llega tarde a Europa, ya que las esencias europeas se están perdiendo con celeridad -aunque con todas sus máculas: la justicia liberal, la democracia burguesa, la moral humanitaria-, pero en tal triste situación Europa no querrá añadir a las señales de su decadencia la condena al ostracismo de parte esencial de un pueblo, que en este caso esa parte abarca más ciudadanía que la que puedan encuadrar Bildu, Sortu o cualquiera de los partidos soberanistas que aspiran a una vida normal en el marco de la administración pública.

En ese aspecto las instituciones europeas, tanto las políticas como las judiciales y las ejecutivas, no querrán amparar un monstruoso atentado contra la libertad y lo que queda de la democracia europea. Es de suponer que el Partido Popular, llegada la hora de su gobierno, no querrá, ni para solapar otras impotencias, recurrir a algo tan endemoniadamente complicado como es asir la Ley de Partidos para replantear con todas las consecuencias un conflicto que Europa ha dado ya por resuelto.

Acerca de este posible camino represor por parte del Partido Popular colijo que no estará dispuesto a elevar un raro y peregrino monumento al Sr. Zapatero como político que logró abrir la puerta a la resolución del problema vasco, que el Sr. Rajoy parece dispuesto a que vuelva a ser un problema.

El Sr. Rajoy no puede liderar con una mínima aceptación internacional una España que sea la España de siempre sin ser privado de los apoyos internacionales más importantes.

Euskal Herria ha abierto con estas últimas elecciones locales una puerta que va a ser muy difícil de cerrar desde Madrid. Es más, Euskadi ha puesto sobre el tapete, y la ha ganado, la partida de la libertad para todos los ciudadanos de una nación. Incluso ha legitimado al normalizar el espectro -¡oh, la paradoja- la presencia política de los socialistas y de los autodenominados «populares» en la vida diaria vasca, al dejar también en vía muerta su inaudito gobierno conjunto.

Todo torna a ser normal en la calle vasca. Y esa normalidad para todos la han ganado a pulso los votantes de Bildu. Si Bildu está ya ahí, en la mesa de la gobernación vasca, las demás formaciones políticas de Euskadi y Nafarroa pueden decir que han recibido la absolución de la historia para proseguir su ya difícil combate por las ideas que defienden, aunque esas ideas sirvan a la causa imperialista de España. Esperemos ahora que nadie cometa la torpeza de reanudar la guerra.

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