Imagina por un momento que estás en el monte y te sorprende una tormenta. ¿De qué color te parecerían las nubes? Casi con toda seguridad, grises. Un gris que podría tener distintas tonalidades, más claras o más oscuras, según la cantidad de luz que  atravesara las formaciones nubosas que te ocultan el cielo. Sin embargo, si pudieras observar el fenómeno desde lejos te encontrarías con nubes extraordinariamente blancas. Tan blancas que te recordarían a enormes coliflores expandidas. ¿La causa? Que el sol sí puede iluminarlas en sus partes altas. 
Pero el cielo no deja de ser una caja de sorpresas y hay ocasiones en las que, bajo la tormenta, las nubes se tiñen de verdes. Y las podríamos llegar a ver de color verde-azulado, verde-amarillento o, simplemente, verde. Un siniestro aspecto que no augura nada bueno y que tradicionalmente se ha relacionado con granizadas, tornados…, auténticos fenómenos atmosféricos adversos que han contribuido a crear la leyenda de la Tormenta Verde asociada siempre a muy mal tiempo.
Sin embargo, según nuevas teorías el mito es falso, ya que no en todas las ocasiones la tormenta verde es capaz de ocasionar un tiempo tan malo. Se trata, al parecer, de un efecto óptico originado por la luz que, interactuando con las nubes (convectivas), encuentra al espectador en el lugar apropiado. Algo similar a lo que ocurre cuando vemos un halo. Y que se puede observar en condiciones determinadas: al atardecer, bajo nubes de gran espesor y que no estén compuestas solamente por granizo.
¿Cuántas gotas son necesarias para que se formen? ¿En que momento el cielo «verdea»? ¿Hasta que punto pueden llegar a ser severas? Estas y otras preguntas permanecen aún sin respuesta. Y aunque se sabe que el color está relacionado con las nubes (no con el aire), con la concentración de gotas, con el espesor de la masa nubosa en relación a la trayectoria de la luz y que no en todos los casos desencadenan un tiempo severo…, se recomienda buscar refugio siempre que nos vemos sorprendidos por este tipo de tormentas.