Leonora Carrington, la última surrealista, se apagó en México
La pintora, escultora, grabadora, escritora, dramaturga y escenógrafa mexicana de origen inglés Leonora Carrington falleció ayer en México a los 94 años de edad tras una larga y novelesca vida de rebeldía y pasiones, que la llevó a huir del fascismo europeo y encontrar en el país azteca un nuevo hogar. Algunos la comparan con Frida Khalo.
LA JORNADA-AFP | MÉXICO D.F.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes confirmaba ayer a través de su cuenta de twitter la muerte de la artista. Así se conocía la noticia del fallecimiento de esta mujer legendaria que, pese a su avanzada edad, permaneció activa hasta el final. De hecho, el pasado 9 de abril asistió a la inauguración de la muestra escultórica «Leonora Carrington-Gunther Gerzo», exhibida en el centro cultural Estacion Indianilla de México D.F., que estaba enmarcada en una serie de actos de homenaje. Su figura ha estado también de actualidad con la reciente publicación de «Leonora» (Planeta), la novela en la que la conocida escritora y periodista Elena Poniatowska retrata y escarba en su historia y obra. «Creo que (Carrington) es cada vez más fuerte y que va a ser más fuerte a medida que pase el tiempo. Es, de veras, tan única como lo fue Frida Kahlo en su época; nada más que ella no quiso hacerse pública», apuntaba Poniatowska.
La pintora, escultora, grabadora, escritora, dramaturga y escenógrafa era considerada la última surrealista viva. De vida novelesca, nació en Chorley (Inglaterra) el 6 de abril de 1917, en una acaudalada familia, aunque era mexicana de adopción, a donde llegó después de un largo periplo; un país que convirtió en su hogar y donde residía alejada de la fama.
La artista se fue a los 20 años de su hogar y en la capital inglesa conoció al pintor surrealista Max Ernst (1891-1976), 26 años mayor que ella y de quien sería compañera algunos años pero sobre quien en los últimos años de su vida no quería ni oír hablar. Con él viajaría a París, donde congenió con artistas clave del movimiento surrealista como Salvador Dalí, Marcel Duchamp, André Breton y Pablo Picasso. Carrington participó en una magna exposición con otras figuras del movimiento en 1938, que se presentó en Amsterdam y París, pero poco después su vida entró en una etapa muy difícil cuando los nazis invadieron el Estado francés y Ernst, de origen alemán, fue arrestado y enviado a campos de concentración.
En 1940 Carrington llegó a la España franquista, donde, en medio de una enorme tensión, sufrió una crisis nerviosa y, por orden de su familia, fue ingresada en un manicomio en Santander, donde pasó un auténtico calvario. «Ella no estaba para nada enloquecida. Se enfrentó a la guerra y los locos fueron los que no entendieron el peligro de la guerra que vislumbró. Ella vislumbró a Hitler mucho más que cualquiera», en palabras de Poniatowska.
Pesadilla en el siquiátrico
Carrington huyó del siquiátrico y pidió ayuda en la embajada de México en Lisboa al periodista y escritor Renato Leduc, de cuya mano viajó a América, primero a Nueva York, donde se reunió con sus amigos del movimiento surrealista, y finalmente se estableció en México. Desheredada por su padre, un magnate textil, vivió en la capital mexicana con el periodista, a quien Poniatowska describe como «un hombre encantador, ingeniosísimo, muy mal hablado. Toda la gente lo quería, pero también era muy parrandero», razón por la que Leonora lo abandonó y poco después se casó con el fotógrafo húngaro Chiqui Weitz, padre de sus hijos Pablo y Gaby.
El trabajo de Leonora en México ha dejado su estela, incluyendo una serie de esculturas de gran tamaño que adornan el paseo de la Reforma, y su obra pictórica forma parte de la exposición permanente del Museo de Arte Moderno.
De Carrington dijo el Nobel mexicano Octavio Paz que era «un personaje delirante, maravilloso», «un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece».
Su mundo onírico está plasmado en una de sus obras clave, «El mundo mágico de los mayas», que se encuentra en el Museo de Antropología de la capital mexicana. A los mitos celtas de su infancia les uniría los elementos mágicos que halló en México.
En una entrevista publicada en «La Jornada Semanal» en 1996, una de las últimas y escasas que concedió, ya que no era amante de darse publicidad, Leonora Carrington hablaba de sus primeras impresiones de México, sobre el feminismo, sobre los animales o sobre su trabajo, entre otras cosas. Se reconocía gran amante de los animales, aunque no mostraba el mismo sentimiento hacia el ser humano: «Hay muchos animales que me gustan. El primero no es el ser humano; lo pongo en el lugar más bajo de mis preferencias: somos un animal terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie».
Restaba importancia a la pintura «No creo que uno pinte para alguien; pintar debe ser semejante a hacer zapatos. Una necesidad de conectar con las partes invisibles, los lugares invisibles de la psique humana». Y sobre la muerte: «Me da miedo morir. Tal vez soy cobarde, porque no sé lo que pasa cuando uno muere. Me interesa en el sentido de que quizás me revele algo, pero no me ha revelado nada hasta ahora. Pero quizás me revelará algo, por ejemplo qué pasa después de la muerte... Creo que en alguna parte cada uno de nosotros llevamos secretos, como en los huesos que se llevan los secretos de todo el pasado humano». GARA