Mikel INSAUSTI


La actriz Jodie Foster se ha equivocado completamente en el tratamiento escogido para un guión tan original y con posibilidades como el escrito por Kyle Killen, en la mejor tradición de “El invisible Harvey” que protagonizara James Stewart a las órdenes de Henry Koster. Se equivoca de entrada en la elección interpretativa de Mel Gibson, llevada por su amistad personal con el actor a quien ha querido ayudar a recuperarse de su pérdida de popularidad. Eran más aptos para el papel del ventrílocuo los inicialmente previstos Steve Carell o Jim Carrey, que habrían dado a la historia una mayor comicidad, más acorde con sus elementos fantásticos. Éstos no encajan con el estilo de melodrama familiar convencional desarrollado por la realizadora, y toda la narración avanza de forma desangelada y poco convincente. El personaje central acaba siendo cargante, al igual que el muñeco que le sirve de alter ego, en cuanto exponentes del consabido mensaje de superación personal típicamente yanqui.
Lo más interesante de “El castor” es la subtrama protagonizada por los jóvenes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence, que merecían haber sido los protagonistas o disponer de su propia película. El chico teme heredar los muchos y evidentes defectos paternos, por lo que confecciona listas con todos ellos, a fin de no repetirlos. No acaban ahí sus problemas de identidad, porque su manera de ganar un dinero extra es escribir redacciones o discursos para otros compañeros de estudios, para lo cual analiza previamente a cada cliente hasta meterse de lleno en su sicología y expresar lo que lleva dentro. Esa técnica supone una implicación emocional mayor de lo habitual al trabajar para la chica que le gusta, y ante la que no es capaz de comunicarse verbalmente, cara a cara, con la misma soltura empleada en sus escritos. A esta parte sí le va el tono apagado y melancólico por el que se decanta Jodie Foster, así como el montaje musical y la banda sonora compuesta por Marcelo Zavros en la línea de “American Beauty”.