Carlos GIL

Tal vez sea una suerte de desmontaje del mito de Sísifo, un trabajo de búsqueda de la incidencia del silencio, de la mirada, de la reiteración subjetiva elevada a la categoría de estructura dramatúrgica que se puede visualizar a partir de un efecto retardado. Todo está encadenado, pero la relación espacial no se compadece con su respuesta temporal, al menos desde la perspectiva de los usos y costumbres convencionales. Cuerpos, entes que ocupan un mismo lugar, en el mismo tiempo, pero que sus acciones y reacciones no son lineales, sino que, formando parte del mismo experimento, viven en planos diferenciados, en tempos acusadamente distintos, paralelos aunque hay instancias de yuxtaposición y hasta de confluencia.

Desnudarse y volverse a vestir, transportar una piedra de un punto a otro y repetir esa acción de muchas maneras distintas, escribir en una pared, reflexionar en verbo atrapado en un suspiro no lectivo; solos o en compañía de otros, en línea o en círculo. Todo y todos buscan, a su ritmo, con la anuencia del público presente, comprometido, impelido a ser parte del propio «accidente», aunque solamente sea el que realiza el atestado final, el que añade su punto de vista.

Experiencia constreñida, muy marcada desde el director invitado, quien parece haber ordenado de manera casi productiva las energías, convocando a la exhibición de un trabajo que mantiene abiertas las preguntas sobre la propia esencialidad del hecho teatral y de los elementos sustanciales de su configuración, casi en estado previo. Asuntos propios para el crecimiento colectivo.